El Evangelio nos narra hoy que Jesús ya está en Jerusalén donde tiene diversos encuentros y controversias con fariseos, saduceos y herodianos; hoy nos narra el cuestionamiento que le hace uno de los escribas, un conocedor de la ley: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. Una pregunta que se discutía de manera acalorada entre los conocedores de la ley y no se ponían de acuerdo. Recordemos que los judíos además de aquellos 10 mandamientos dados por Moisés, fueron elaborando preceptos o leyes a seguir y en tiempos de Jesús había 613 preceptos, de los cuales, 365 eran negativos (en el sentido que prescribían no hacer determinada cosa) y 248 eran positivos, prescribían hacer algo concreto. Podemos ver que era un conjunto de preceptos y había discusión de cuál de ellos era el más importante. Jesús responde, no con respuestas aprendidas de rabinos, sino que recuerda la misma Sagrada Escritura, les recuerda las palabras de la oración que todo judío había pronunciado por la mañana: “Escucha Israel, nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Pero Jesús, añade algo que nadie le ha preguntado: “El segundo mandamiento es semejante, amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Podemos decir que es la síntesis de la vida; de estos mandamientos se desprende todo: la religión, la moral, el acierto en la vida ordinaria. Estos dos mandamientos están entrelazados, no se pueden entender el uno sin el otro. Recordemos las palabras del Apóstol: “Si alguno dice: ‘amo a Dios’ y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20).
Un filósofo, Jean-Paul Sartre sostenía que: ‘Afirmar a Dios es negar al hombre’. Según él, el cristianismo al proclamar la soberanía de Dios, sería una especie de antihumanismo. Sin embargo, al leer y meditar el Evangelio de este domingo, nos deja una impresión totalmente contraria, Jesús no pone en competencia el amor a Dios y el amor al prójimo, sino que los une y hace a uno causa y motivación del otro.
El mandamiento es “amar” y el amor no está en el mismo plano que otros deberes, no es una norma como las demás. El amar es la única forma sana de vivir ante Dios y ante las personas. Para Jesús “Dios” y “prójimo”, son inseparables. No es posible amar a Dios y desentenderse del hermano. No existe un ámbito sagrado donde podamos estar a solas con Dios e ignoremos a los demás; no es posible adorar a Dios, mientras ignoramos a los que sufren. Recordemos que el amor a Dios que excluye al prójimo se reduce a mentira. Jesús hace destacar estos dos preceptos como los más importantes y une indisolublemente el amor a Dios y al prójimo: El amor a Dios hace posible un amor auténtico, limpio y gratuito al prójimo, y el amor al prójimo verifica lo real y lo profundo de nuestro amor a Dios. Si me preguntan: ¿Qué añade la experiencia del amor a Dios al compromiso social?, les diré que al menos dos cosas:
1ª- La más sólida de las motivaciones para reconocer la igual dignidad en todas las personas, el ser hijos de Dios.
2ª- La limpieza de intención en el acercamiento a todas las personas, especialmente a los más pobres y débiles, superando toda tentación de manipulación o uso interesado en beneficio propio de personas o grupos.
Lo esencial, nos dice Jesús, es “amar”, y el amor se aprende. El amor es algo que se debe ir aprendiendo a lo largo de la vida, por eso se puede caer en distintas trampas:
- Hay quienes piensan que el amor consiste en ser amados; por eso, se pasan la vida queriendo quedar bien, haciendo hasta lo imposible para que alguien los ame; para estas personas, lo importante es ser atractivo, ser agradable, hacerse querer. Su bienestar radica en el amor que les profesan.
- Otros, creen que amar es sencillo y que lo difícil es encontrar personas a las que se les pueda querer. Ellos sólo se acercan a aquellos que les parecen simpáticos. Es un amor interesado, se ama a aquel de quien se espera el mismo amor.
- Hay quienes confunden el amor con el deseo, entonces el amor se reduce a encontrar quien satisfaga sus necesidades, sean de compañía, de afecto, de placer; cuando dicen te quiero, están diciendo te deseo, me haces falta.
Hermanos, cuando Jesús habla del amor a Dios y al prójimo está hablando de otra cosa. Para Jesús el “amor” es la fuerza que mueve y hace crecer la vida, ya que nos puede liberar de la soledad y ponernos en comunión con Dios y el prójimo.
Papás, mamás, al decir que el amor se aprende, estamos diciendo que desde la familia el niño debe aprender a “amar”, el amor en todas sus facetas: amar a sus padres, amar a sus hermanos, amar a sus amigos, amar a Dios. Ustedes son los responsables de la educación en el amor; el niño aprende a amar, al ver en su familia que se aman; de allí que nos preguntemos:
¿Cómo amamos? ¿Cómo muestro mi amor en familia? Amar al prójimo como a uno mismo requiere un aprendizaje constante de toda la vida:
- La primera tarea es aprender a escuchar al otro. Tratar de comprender lo que vive. Sin esa escucha sincera de sus situaciones, necesidades y aspiraciones, no es posible el amor verdadero. ¿Escuchas a tu pareja? ¿escuchas a tus hijos? ¿escuchas a tus padres?
- La segunda tarea es comprender al otro en su situación concreta y allí amarlo. ¿Eres capaz de ponerte en los zapatos del otro? ¿tratas de ver desde su situación? Ya sea a tu pareja, a tus hijos, a tus padres, al compañero de trabajo… como dijo san Juan de la Cruz: “Al final seremos juzgados por el amor”; quizá la pregunta que nos haga Dios cuando nos tenga enfrente sea: ¿Cuánto amaste?
Al analizar nuestra manera de “amar” podemos comprender aquellas últimas palabras que Jesús le dice al doctor de la ley: “No estás lejos del reino de los cielos”. No estás lejos, pero aún no eres un ciudadano del reino. Estar cerca, no significa que se está dentro… queda un camino por recorrer… ¿dónde nos encontramos?
Hermanos, nuestra vida se llena de luz, se hace hermosa y llena de sentido cuando amamos y somos amados, Dios siempre nos ama; nuestra felicidad depende sobre todo de cuánto amemos a Dios y a nuestros hermanos. Preguntémonos: ¿Qué tan grande es nuestro amor a Dios y al prójimo?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!