Institución matrimonial

Génesis 2,18-24 | Salmo 127 | Hebreos 2,9-11 | Marcos 10,2-16

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

El Evangelio de este domingo enfrenta principalmente la cuestión del matrimonio. El matrimonio es una institución anterior al Cristianismo, pero adquiere un nuevo significado cuando es bendecido por JESÚS y se muestra como signo visible de la “unión de CRISTO con su Iglesia” (Cf. Ef 5,31-32). Las instituciones tanto en la sociedad como en la Iglesia dan estabilidad y continuidad. Para depositar la confianza tiene que darse la previsibilidad: todo no puede estar en cambio permanente y a un ritmo acelerado. Nada más sensible para la estabilidad y crecimiento del individuo, que la familia. El eje de la familia es el matrimonio. Sabemos en el plano físico, que si modificamos ligeramente el eje del planeta se desencadena un auténtico cataclismo con grandes movimientos sísmicos, tsunamis, huracanes, desaparición de territorios enteros y las consecuencias desastrosas para los habitantes del planeta. A la familia se la está desestabilizando con eficacia desde hace unas décadas tocando el eje de la misma: el matrimonio entre un hombre y una mujer se cuestiona como modelo y ofrecen alternativas con la insistencia propia de la propaganda. Una vez establecidas otras uniones con más predicamento que la formada por un hombre y una mujer, la unidad familiar presenta un genograma problemático y conflictivo -representación esquemática de la familia-. No se trata en estos tiempos de salir al paso de los problemas que pudieran surgir en la institución  matrimonial y familiar, pues los fallos, carencias o fracasos han existido siempre, sino que el punto de partida omiten la unión entre el hombre y la mujer, o directamente la familia se inicia desde la monoparentalidad, porque se ha recurrido a la fecundación artificial, o al vientre de alquiler. Siempre se han dado separaciones o divorcios, y en el caso de personas creyentes los distintos tipos de nulidad matrimonial; pero hasta ahora no se habían propuesto otras uniones como un posible estándar de matrimonio y familia. Además, estos últimos, se presentan como formas alternativas a un sistema patriarcal opresivo en extremo para la mujer, a la que es necesario liberar, además, de la obligación de ser madre, si quiere conseguir la igualdad con el hombre, que nunca se queda embarazado. En estas breves líneas ya han salido aspectos que hieren el sentido común y la recta razón. Algo debiera hacer la Iglesia para ayudar a la sociedad a salir de este gran caos, en el que casi de forma súbita hemos entrado para perjuicio de muchos.

Sacramento del Matrimonio

Seamos realistas: no se puede arreglar todo de un plumazo y en un instante. Las cosas se fueron gestando lentamente durante años, y ahora han dado la cara de forma insospechada; pero la Iglesia debiera reaccionar con serenidad, a la vez que determinación. Es necesario revalorizar el Sacramento del Matrimonio, y no se puede seguir despachando la celebración del rito con unas charlas, que en muchos casos adolecen de verdadera doctrina y en nada mueven a la conversión. El Sacramento del Matrimonio es el signo visible del Amor de JESUCRISTO a su Iglesia, por lo que se tendrá que establecer para los contrayentes un itinerario que les haga conocer y unirse con el SEÑOR, que va a presidir su unión. En ese camino de catequesis, encuentros y celebraciones, también tiene que aparecer la verdadera dimensión de la Iglesia, que trasciende la anécdota o el caso concreto del último cura aparecido en los medios de comunicación. Está muy bien, que los obispos y sacerdotes deleguen en distintos matrimonios para llevar adelante la pastoral matrimonial, pero tiene que ser visible el firme compromiso de la institución eclesial por marcar una línea de recuperación y evangelización hacia los que aspiran a recibir el Sacramento del Matrimonio. No se trata de obstaculizar el camino a los que se quieren casar por la Iglesia, sino de hacerlos cristianos responsables y conocedores del significado del sacramento al que van a acceder. El SEÑOR confiere la Gracia, pero en ningún caso alguno hace magia, porque es mentira y engaño. No es posible la realización del Sacramento del Matrimonio verdaderamente válido, en uno o dos contrayentes que vienen a la Iglesia después de estar ausentes desde su primera comunión y última. Lo primero que pide el catecúmeno cuando inicia su camino hacia los sacramentos de la Iniciación Cristiana, que debe durar entre dos y tres años, es la Fe. No es igual la Fe del catecúmeno cuando inicia su catequesis que dura varios años, que la obtenida como Gracia que imprime carácter al final de dicho catecumenado, en la celebración de la Vigilia Pascual. No es igual realizar una comunión espiritual en la oración particular, que recibir la EUCARISTÍA en la celebración de la Santa Misa. Tampoco tiene la misma acción espiritual el perdón obtenido en el acto de arrepentimiento particular, que la recepción de la absolución en el Sacramento de la Reconciliación. Desde los comienzos la Iglesia contempla la unión matrimonial entre bautizados cuando se recibe la unión y bendición en el Nombre del SEÑOR ( Cf. 1Cor 7,39c). Además de los dones disponibles por los sacramentos de la Iniciación Cristiana, los que reciben de forma adecuada el Sacramento del Matrimonio se encuentran con nuevas gracias para abordar el nuevo estado de vida cristiana, en el que los cónyuges se proponen desarrollar un proyecto de vida en común. Con toda propiedad se puede decir que un matrimonio cristiano es el inicio de una versión del Reino de DIOS en este mundo. El don de la unión conyugal acentúa la verdadera entrega personal de los esposos entre sí, que irán madurando en el Amor. El fruto del Amor mutuo bendecido y santificado traerá a este mundo a nuevos hijos de DIOS, que se acogen como especial regalo de la Divina Providencia: “la herencia que da el SEÑOR son los hijos, su salario el fruto del vientre” (Cf. Slm 127,3). La paternidad y la maternidad además de generativa tiene una función educativa, que pone los pilares de la personalidad en todas sus dimensiones incluida la espiritual. Los padres son los verdaderos educadores y catequistas de los hijos, y si esto no se da los riesgos para los hijos se multiplican. Simplemente unos rasgos esbozados y podemos decir: esto es imposible. Si esta es la conclusión, la situación actual no tiene remedio e irá empeorando, porque los hijos de las familias no se pueden criar como hijos del azar, sino como hijos de DIOS, porque le pertenecemos. Los hijos no son de los gobiernos o del Estado. Los hijos son un don de DIOS que los padres deben cuidar con el máximo esmero. La familia cristiana es una escuela de Evangelio donde se va conociendo la Palabra de DIOS, tiene momentos frecuentes de oración, y reconoce la práctica de las virtudes fundamentales. Cuidado con la moda de la educación en valores, que puede vaciar de contenido la verdadera educación, al llenarlo todo de subjetivismo. La apreciación subjetiva de las cosas corre el riesgo de relegarlo todo al campo de la satisfacción inmediata. La virtud ofrece sus frutos, se visibiliza por el ejercicio de la misma, desarrolla actitudes y tiene un carácter transformador en lo personal y alrededor. El ejercicio de la virtud presenta en su momento los éxitos conseguidos. Puedo valorar la verdad, pero si no me ejercito en la veracidad, la cosa se traslada a la decepción. Valoramos  la libertad y todo el mundo la quiere, pero si no hay un ejercicio de buen discernimiento, la libertad se queda en una aspiración falaz. El discernimiento es un ejercicio de análisis riguroso, que exige esfuerzo y molestias por indagar en fuentes y conocimientos sólidos. La libertad tiene su precio, y algunos la proponen si esfuerzo alguno. Todas estas cosas y muchas otras deberían ser motivo de graduación familiar, de modo que llegado el momento de la independencia de la familia de origen, provea lo básico a los hijos para seguir avanzando en la vida.

Dignidad del hombre y la mujer

La Biblia, al descubrir la Creación de todo lo existente por parte de DIOS, ofrece a cada criatura el valor correspondiente. Sólo DIOS, el ABSOLUTO, da a los seres de la Creación el auténtico valor. Todo es obra de DIOS, pero no todo tiene la misma nobleza y dignidad. Entre todas las criaturas, sólo el hombre y la mujer recibieron la condición de ser “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,26). Todas las demás criaturas quedan en un grado inferior del que es dado al hombre y la mujer, a los que se les otorga una cualidad no idéntica, pero sí semejante a la que DIOS posee: “dominar en los peces del mar, en todas las bestias, en todas las alimañas y todas las sierpes” (Cf. Gen 1,26b). El dominio sobre los animales pertenecientes a los distintos ámbitos de la Creación lleva implícito el conocimiento de las leyes que rigen sus ciclos vitales. Por tanto, DIOS ha querido significar la característica principal del ser humano en su conocimiento y voluntad. En este primer relato de la Creación, DIOS habla conjuntamante al hombre y a la mujer, que muestran unas cualidades superiores al resto de lo que ha sido creado. Les dice DIOS al hombre y a la mujer: “creced y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla” (Cf. Gen 1,28). Esta capacidad dada por DIOS es otorgada como una bendición: “bendijo DIOS al hombre y a la mujer y les dijo…” (Cf. Gen 1,28ª). El hombre y la mujer salen de las manos de DIOS por puro Amor y son bendecidos abundantemente en la medida que crecen y se multiplican. La bendición abarca a toda la tierra, y ésta será bendita por causa del hombre bendecido por DIOS. En este primer relato de la Creación, la tierra tiene que ser sometida por el hombre y puesta a su servicio ordenado. La Creación en su conjunto es un don de DIOS, pero al mismo tiempo es un campo de conquista, que el hombre debe realizar a imagen de DIOS con inteligencia, conocimiento y voluntad. La gradualidad de la posesión de la tierra es acorde con su capacidad de procreación y expansión: “multiplicaos, llenad la tierra y sometedla” (Cf. Gen 1,28). Muchas naciones nos estamos suicidando poblacionalmente con graves consecuencias en todos los órdenes, porque no atendemos a este mandato divino. El bien material de los hombres queda asegurado en la medida que permanecemos bajo su bendición. La tierra no obedece a Gaya o a la Pachamama, sino a DIOS que la ha creado, y si mantenemos su bendición, ÉL hará que la tierra sea fecunda para todos. Debemos cuidar el patrimonio de la Creación que DIOS nos ha dado, pero tal cosa no tiene nada que ver con el ecologismo o el animalismo actuales. La dignidad del hombre está infinitamente por encima de cualquier otro ser en esta Creación. JESUCRISTO no murió en la Cruz por los peces, los perros o los gatos, sino para redimir al hombre que es hijo de DIOS con posibilidades de Redención.

Segunda versión

El Génesis ofrece dos versiones de la Creación y de la aparición del hombre y la mujer, que debemos armonizar en la medida de lo posible. La Biblia da a entender algo que salta a la vista: la condición del hombre es insondable. Cuanto más se sabe del hombre en esa medida crecen los interrogantes. Sólo DIOS que nos ha creado sabe quiénes somos, pero en los tiempos presentes se quiere resolver la cuestión evitando preguntarle a DIOS. El hombre no tiene en sí mismo la respuesta de todas las cosas, ni de sí mismo. En unas pocas líneas esta lectura del Génesis va a formular algunas cosas básicas en cuanto al matrimonio y sus fundamentos. Lo aquí recogido ofrece una fuente de sabiduría suficiente para resolver las ocurrencias disparatadas en cuanto a formas de una pretendida conyugalidad. Estas páginas de la Biblia están ahí a la espera de su reconocimiento y vuelta a la sensatez. La condición personal del hombre y la mujer, lo específico del matrimonio, la construcción de la familia o el establecimiento del matrimonio entre un hombre y una mujer como eje de la comunidad familiar, forman parte de las cosas que no pasan. Hoy la Liturgia de la palabra pone en el primer plano la cuestión matrimonial.

La soledad del hombre

“Dice YAHVEH, DIOS: no es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda adecuada” (Cf. Gen 2,18). El hombre y la mujer estamos hechos para la comunión. El ámbito familiar en el que nacemos se establece por los vínculos de comunión de los que la forman. Los ámbitos de comunión por los que se desenvuelve nuestra vida se establecen en sectores diferentes y en distintos planos, pero cualquier iniciativa humana parte de un grupo organizado. El hecho de ser concebidos, gestados y dados a luz, ha supuesto un gran número de interacciones personales. La soledad no es buena y tampoco es lo natural. Otra cosa distinta son los tiempos de silencio y aislamiento personal que nuestro espíritu necesita para la creatividad o la relación con DIOS. Bien entendido las dos situaciones anteriores no son asimilables a la soledad. La soledad auténtica es el infierno, pues DIOS nos ha pensado en un una comunión establecida en la Caridad, que va perfeccionando nuestras relaciones con DIOS, mismo y los que están a nuestro alrededor. La bienaventuranza Eterna es la comunión fraterna de todos los que hayan aceptado la Salvación del SEÑOR. Aquí y ahora, en el estado presente de vida, DIOS establece la conyugalidad como relación de comunión especial con otra persona del sexo opuesto para establecer una comunión fecunda, que se hace visible en los hijos. La comunión mutua de Amor, que DIOS bendice, está abierta a la Vida, que en último término siempre es de DIOS, y cada hijo ha de ser recibido como un don. En la otra Vida se nos revelará el gran misterio de comunión entre el hombre y la mujer, que en este mundo empezamos a vivir. La comunión conyugal se establece en una mutua subordinación y se rompe en la pretensión de cualquier superioridad. “La ayuda adecuada” se establece en la doble dirección de la mujer al hombre, y de éste a la mujer.

Reconocimiento de la Creación

“YAHVEH DIOS formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y las llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, y para que cada ser viviente tuviera el nombre, que el hombre le diera. El hombre puso nombre a todos los ganados, las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada” (v.19-20). DIOS concede al hombre una prerrogativa verdaderamente divina: nombrar. El nombre trata de alcanzar o definir lo que algo o alguien es. El nombre anuncia lo que el que es nombrado va a ser a lo largo de su vida. Sólo DIOS tiene capacidad y poder para nombrar, pero el “hálito” recibido directamente de DIOS le otorga al hombre este privilegio. Ninguna otra criatura salida de las manos de DIOS decide sobre la naturaleza de otras criaturas o del hombre mismo. En este segundo relato de la Creación, de nuevo aparece el hombre en un escalafón muy superior y distinto del resto de seres creados. La Biblia desde estas primeras líneas desacraliza a los animales o las plantas que son tomados por los pueblos de alrededor como entidades idolátricas sacralizadas. Ningún animal es válido para representar lo divino o sobrenatural. DIOS es el que dispone las conductas de cada una de sus criaturas y sólo el hombre dispone de libertad para tomar decisiones, y conocimiento para establecer los distintos rangos de los seres creados. El problema surge cuando el hombre no responde de forma adecuada a su vocación y se convierte en marioneta del animal convertido en ídolo. Como dice el sabio, “el ídolo no es nada, lo terrible es lo que está detrás del ídolo” (Cf. 1Cor 8,4). El hombre no ha sido pensado para la comunión animal, sino para la comunión personal, por eso no encuentra entre los animales la ayuda adecuada. Hoy se busca la forma de animalizar a las personas y de humanizar a los animales. El quien sobresale en este  momento como el tótem del animalismo es el perro, al que se le designa muchas veces con un nombre personal, se le pasea en coche como a un niño pequeño, se le viste, lleva a la peluquería, y se dispensan todos los cuidados sanitarios propios de un humano como tratamientos costosos o intervenciones quirúrgicas con un coste importante. En realidad se está produciendo un maltrato animal encubierto, pero todo vale si se cuestiona el papel del hombre y la mujer como elegidos de DIOS en primer lugar.

Sueño creador

“Entonces YAHVEH DIOS hizo caer un sueño sobre el hombre, el cual se durmió y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla, YAHVEH DIOS formó a la mujer y la llevó ante el hombre” (v.21-22). Por sí mismo el sueño del hombre no genera nada, y cumple perfectamente su función propiciando descanso. Pero DIOS puede utilizar el tiempo de sueño para realizar su obra y en la Biblia así sucede. Ya el Salmo quince nos dice: “hasta de noche, el SEÑOR, mi instruye internamente” (Cf. Slm 15,7). DIOS infundió también en Abraham un profundo sueño para establecer con él un pacto o compromiso de Alianza (Cf. Gen 15,12). DIOS realiza una obra con la que la propia humanidad del hombre se perfecciona, pues de una costilla, DIOS es capaz de obtener la compañera adecuada que el hombre necesita. El libro de los Proverbios se encargará de hacer el elogio de la mujer casada (Cf. Pv 31,10ss). El bien hacer de la mujer es la honra del marido. La costilla trabajada por DIOS hasta formar a la mujer garantiza la complementariedad entre el marido y su esposa, que aplicado al tiempo de la Gracia dice lo que ésta va haciendo de transformación a lo largo de los años. Sin que la intervención humana se interponga, la complementariedad de los esposos es un hecho que DIOS realiza en el tiempo con la precisión y paciencia de un buen artesano. Al cabo de unas décadas la esposa se encuentra con el mejor marido que hubiera podido concebir; y lo mismo le sucede a la esposa, que puso en manos de DIOS la obra de su matrimonio. El matrimonio tiene mucho de alianza o pacto renovado, en el que DIOS está dispuesto a intervenir poniéndose a favor de las dos partes para el buen entendimiento mutuo. Las dos partes, por tanto, tienen que aceptar la presencia del SEÑOR presidiendo el vínculo o la unión. El SEÑOR está especialmente interesado en llevar a buen término la unión matrimonial, que es un testimonio vivo de la Alianza con su Pueblo. De forma reiterada, los profetas vinculan a YAHVEH como el esposo del Pueblo (Cf. Ez 16,1ss).

Semejanza humana

“DIOS llevó a la mujer ante el hombre y éste exclamó: ¡esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos! Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada” (v.23). En el primer relato de la Creación está presente la misma afirmación: el hombre es varón y mujer. El texto dice: “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…, varón y mujer los creó” (Cf. Gen 1,26-27). Nuestra insignificancia con respecto a DIOS nos sugiere que utilicemos por un momento el concepto de desemejanza. La distancia entre nuestras cualidades creadas y las conocidas de DIOS mantienen una diferencia infinita. Somos un poco -algo- semejantes a DIOS; y para esa semejanza DIOS nos ha pensado y creado como varón y mujer, haciendo así la versión más completa del hombre. La semejanza constatada en el segundo relato, cuando el varón se encuentra con la mujer es una forma de señalar la igualdad de dignidad, teniendo en cuenta las diferencias obvias entre el varón y la mujer. La mayor o menor dignidad de las personas estaría medida por la santidad, y ese baremo sólo DIOS lo posee. A nosotros nos toca reconocer la igualdad de dignidad entre el varón y la mujer, al tiempo que apreciamos las diferencias en las cualidades y funciones. La ideología woke –del enfrentamiento- está fuera de cualquier atisbo de sentido común, lógica y racionalidad, y forma parte del disparate al que un buen número de gente se deja llevar mecida en la frivolidad, pero en no pocos casos con consecuencias trágicas.

Primera profecía

“Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne” (v.24). Profecía porque el hombre formula una verdad inspirada por DIOS o en su Nombre. El género humano echa a caminar a partir del núcleo familiar que genera y acoge la vida de los hijos. Las nuevas familias obedecen al efecto multiplicador de la condición humana dado por el CREADOR y ahora reconocido por el hombre que se ajusta al Mandato Divino. El hombre y la mujer tienen que desprenderse de las respectivas familias de origen, y asumen el proyecto común de formar una familia con características propias. Los cónyuges están llamados a realizar una reelaboración de los patrones recibidos en sus respectivas familias, manteniendo los principios y modificando todo aquello que sea necesario. La singularidad del proyecto familiar nace de la unión fundante de los esposos: unidos la mujer y el varón, serán los dos una sola carne. No está hablando el texto solamente de la unión íntima establecida en la relación sexual, sino que la unidad abarca todos los aspectos de la vida compartida y de modo especial el ámbito espiritual. Nunca la carne por sí sola consigue la unión de los esposos. La carne por sí está fragmentada o dividida y extiende esta división. La permanencia en la unidad es el resultado de un proceso espiritual conjunto.

JESÚS va a Judea

San Marcos señala el cambio de marco geográfico: ahora JESÚS va a la región de Judea, al otro lado del Jordán donde en otro tiempo Juan bautizaba (Cf. Jn 3,23-36). JESÚS reúne multitudes en aquel lugar y aprovecha para enseñar y ofrecer sus últimas palabras. Entre la gente aparecen los fariseos, que forman parte de los opositores a JESÚS y le plantean cuestiones con la única finalidad de hacerle tropezar en algún argumento y tener así motivo para la denuncia. Los cuatro evangelios muestran sin temor alguno las veces que JESÚS salió al paso de argumentos capciosos, propuestas mentirosas. Ahora JESÚS está cerca de Jerusalén a punto de completar su misión. El cuerpo central de su Mensaje ha sido expuesto y los signos mesiánicos son patentes para el que los quiere ver. San Marcos dará lugar en estos últimos capítulos a los discursos sobre la Segunda Venida, recogerá alguna controversia con los mandatarios y ofrecerá la insistencia en alguna doctrina como el anuncio de la Pasión, el discipulado y la condición de la infancia espiritual como la idónea para seguir a JESÚS.

El matrimonio objeto de controversia

“Se acercaban unos fariseos, que para ponerlo a prueba preguntaban: ¿puede el marido repudiar a la mujer? JESÚS les respondió: ¿qué os prescribió Moisés? Ellos respondieron: Moisés permitió escribir el acta de divorcio, y repudiarla. JESÚS respondió: por la dureza de vuestro corazón, Moisés escribió este precepto; pero desde el comienzo de la Creación no fue así….” (Cf. Mc 10,2-6). Si las relaciones personales son complejas por sí mismas, una vez introducido el pecado la distorsión en las interrelaciones aumenta considerablemente. El asunto del divorcio es el reconocimiento de un fracaso en las relaciones personales más íntimas. Después del pecado, el corazón de los hombres ha quedado en una situación penosa y la Gracia de DIOS, a duras penas llega a sanar algunos corazones. JESÚS va a elevar el listón de la unión y fidelidad conyugal al que es propio de la Nueva Alianza. La pregunta formulada en san Mateo añade: ¿es lícito divorciarse de la mujer por cualquier motivo? (Cf. Mt 19,3). Para el mismo Mateo, según algunos, ofrece una excepción a la prohibición del divorcio. Esta excepción sería la fornicación o el adulterio (Cf. Mt 19,9). En la doctrina de san Pablo, recogida en el capítulo siete de la primera carta a los Corintios, el Apóstol ofrece dos situaciones que marcan la excepción: el caso de separación por imposibilidad de la convivencia y la nulidad del vínculo por impedimento a la parte creyente para seguir su camino de Fe.

Doctrina de San Pablo

La indisolubilidad del vínculo no es discutible una vez que se ha establecido. El vínculo matrimonial se establece por la bendición del SEÑOR entre dos contrayentes que de forma voluntaria y conscientes de lo que están realizando quieren unir sus vidas en el Nombre del SEÑOR para toda la vida. Dice san Pablo con respecto a la separación: “en cuanto a los casados les ordeno, no yo sino el SEÑOR, que la mujer no se separe del marido. Pero en caso de separarse, que no vuelva a casarse o se reconcilie con su marido, y éste no despida a su mujer” (Cf. 1Cor 7,10-11) San Pablo considera la legislación romana, en la que la mujer puede separase o divorciarse; pero llegado el caso su situación no le permite un nuevo matrimonio, pues se mantiene el vínculo establecido con el que en realidad es su marido, por lo que ha de intentar la reconciliación. Los versículos que siguen en esta carta plantean la situación de las uniones mixtas: parte creyente y la otra no creyente. “Si el hermano tiene una mujer no creyente, y ella acepta vivir con él, que no la despida. Si una mujer tiene un marido no creyente, y él acepta vivir con ella, no lo despida, pues el marido no creyente queda santificado por la mujer, pero si la parte no creyente quiere separarse, que se separe; en ese caso el hermano o la hermana no están ligados, pues para vivir en paz os llamó el SEÑOR” (Cf. 1Cor 7,12-15). La Fe está por encima del pacto conyugal contraído. Vemos que san Pablo aconseja la permanencia con la parte no creyente, mirando la conversión; pero en determinado momento la disparidad de creencias obliga a la parte creyente a preservar la Fe. La doctrina sobre el matrimonio afirma desde siempre que se establece matrimonio cuanto éste queda consumado. Hubo épocas en que la consumación del matrimonio se consideró realizada cuando tuviese lugar una relación sexual plena; pero tanto en el planteamiento de san Pablo como en la casuística vigente en las nulidades matrimoniales actuales la cosa no es así. La consumación del matrimonio atiende a otros aspectos que han incidido en la validez del consentimiento y pueden permanecer activos durante años.

Lo que DIOS ha unido

“JESÚS añadió: desde el comienzo de la creación, los hizo varón y mujer, por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne, de modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que DIOS ha unido, que no lo separe el hombre” (Cf. Mc 10,6-9). JESÚS ratifica la santidad del matrimonio que está pensado por DIOS desde siempre como un proyecto de Amor que visibilice la Alianza establecida con su Pueblo y en la plenitud de los tiempos la unión de CRISTO con la Iglesia (Cf. Ef 5,32). El Sacramento del Matrimonio es un don especial, por el que DIOS establece una fuente de Gracia permanente para irradiar su Amor hacia los esposos mismos, en primer término, los hijos de estos, e influir en la trasformación de la sociedad y la renovación de la Iglesia. Las parroquias deberían reunir semanalmente el mayor número de familias posible para la celebración del Día del SEÑOR. La Parroquia tendría que ser el punto de encuentro de los distintos grupos parroquiales y de forma preferente las familias o “iglesias domésticas”. En algún momento debe hacerse visible que los padres y los hijos profesan la misma Fe que se va trasmitiendo de generación en generación. JESÚS eleva el listón de la perfección dentro del matrimonio, porque sin matrimonio y familias no se hará concreto el Reino de DIOS en este mundo; y éste es el objetivo principal con que ÉL aparece en la vida pública.

JESÚS ratifica la doctrina

“Ya en casa los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. ÉL les dijo: quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella. Si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (v.11-12). En la sociedad judía la mujer no tenía capacidad para dictar un divorcio, pero en la sociedad romana las mujeres podían solicitarlo. San Marcos deja entrever que su evangelio está siendo leído por las comunidades de legislación romana. El modo verbal empleado por el autor sagrado indica que la cuestión del divorcio suscita preocupación y es objeto de consultas, pero la respuesta de JESÚS es inequívoca: quien rompe el vínculo y contrae nuevas nupcias comete adulterio. Mientras queden personas con alguna inquietud religiosa se verá el conflicto interior por el que pasan aquellos divorciados y vueltos a casar civilmente, que por diversas causas no han resuelto la nulidad de su matrimonio anterior. La doctrina sobre el Sacramento del Matrimonio y las situaciones especiales se tratan con rigor y claridad en documentos como la Familiaris consortio, y la Amoris Laetitia, que repite los argumentos básicos del documento anterior. Este último se mantiene en los límites de la doctrina de la Iglesia y acentúa la vertiente de la acogida, el acompañamiento, la formación y en la medida de lo posible, la integración. JESÚS no deja de salir al camino para encontrarse con sus discípulos aplastados por la decepción y el sufrimiento; y en los casos de separados o divorciados y vueltos a casar hay mucho dolor e incertidumbre. Sin rebajas estériles, la Iglesia tiene que mostrar el rostro Misericordioso de DIOS.

JESÚS y los niños

“Le presentaban unos niños para que los tocara, pero los discípulos les reñían. Pero JESÚS al ver esto, se encaró y les dijo: dejad que los niños vengan a MÍ, no se lo impidáis, porque de los que son como estos es el Reino de DIOS. YO os aseguro: el que no reciba el Reino de DIOS como un niño, no entrará en él. Abrazaba a los niños y los bendecía, poniendo las manos sobre ellos” (v.13-16). La misión de los padres es colaborar con DIOS para traer a sus hijos a ese mundo. La Vida Eterna que nos espera exige el paso por este mundo. No somos Ángeles que no necesitan encarnarse o tomar un cuerpo con el que formar una unidad. Los hombres mantenemos la doble condición corpórea y espiritual, y DIOS cuenta con el hombre y la mujer para esta misión que es divina. San Marcos reitera la cuestión de la infancia espiritual, y la trae a este capítulo a continuación de haber planteado la seriedad del matrimonio, que es la columna vertebral de la familia. Los hijos necesitan los modelos paterno y materno para un crecimiento conveniente. Padres y madres cristianos, esto es, ungidos por el ESPÍRITU SANTO para desempeñar con eficacia la paternidad y la maternidad. Muchos niños son privados hoy día de acercarse a JESÚS y de todas las gracias espirituales que obtendrían. La causa de esto radica en la falta de Fe de los progenitores, que consideran suficiente con que el niño sepa mucho inglés y haga mucho deporte. Sin que lo anterior no sea bueno, de nada le va a servir si durante su vida ese niño no está de parte de DIOS; y tal cosa no se improvisa. En los comentarios anteriores hicimos mención de las cualidades innatas del niño que pueden ponerse en paralelo para disponernos a recibir el Reino de DIOS. La cuestión está abierta en las tres vertientes: la familia, los niños que deben ser atendidos y la Fe que debe ser transmitida por las familias y por la Iglesia como institución.

Carta a los Hebreos 2,9-11

La carta a los Hebreos es el escrito sagrado del Nuevo Testamento, que expone con más amplitud el carácter sacerdotal de JESÚS, el HIJO de DIOS. Los cuatro versículos iniciales de la carta señalan la Fe del autor sagrado, que sigue siendo objeto de investigación. Prácticamente nadie atribuye directamente a san Pablo esta carta, aunque se refuerce la opinión que habla de alguno de sus discípulos, incluso de Apolo. Pero lo realmente importante es el mensaje que nos transmite. JESÚS es la PALABRA creadora, que sostiene toda la Creación; y una vez realizada la expiación de los pecados se ha sentado a la derecha del PADRE en las alturas. JESUCRISTO está por encima de toda jerarquía angélica y en nada está subordinado a las potencias consideradas por muchos de aquellos contagiados de la filosofía griega. Como en la carta a los Colosenses, se tiene en cuenta la acción de los Ángeles que están, en definitiva, al servicio del SEÑOR, y de todos aquellos que han de heredar la Salvación (Cf. Hb 1,14). El autor sagrado de esta carta refuerza la Fe de todos los escritos del Nuevo Testamento resaltando en JESÚS la encarnación de la PALABRA que había de ser dada a los hombres una vez llegada la plenitud de los tiempos. Lo anterior fue un largo camino de preparación en el que DIOS habló por los profetas, que de forma inspirada propusieron el momento de la manifestación del HIJO. La vuelta al PADRE debía producirse después de haber realizado la obra de la Redención, destrucción de la muerte, o expiación de los pecados. JESÚS va a encerrar en SÍ mismo la condición de Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza con el ofrecimiento de SÍ mismo como víctima perfecta, que el PADRE aceptará. Este modo de acercarse a la Redención esclarece con profundidad la identidad de JESÚS de Nazaret.

Inferior a los ángeles

“Aquel que fue hecho por un poco inferior a los Ángeles, a JESÚS le vemos coronado de Gloria y honor por haber padecido la muerte; pues por la Gracia de DIOS padeció la muerte para bien de todos” (v.9). No hubiera sido posible la Redención si la Segunda Persona de la TRINIDAD no se hubiera encarnado y hecho hombre con el fin de expiar nuestros pecados. Sólo el HIJO de DIOS puede dar valor infinito a su actos; por tanto la Misericordia Infinita que demandaban los pecados de los hombres sólo podía ser resuelta por DIOS mismo en su propio HIJO. Esto no ha sucedido en religión alguna, salvo en la implantada por JESÚS a través de la efusión de su ESPÍRITU SANTO y el testimonio y envío de sus discípulos. La Redención del HIJO de DIOS, Sumo Sacerdote, es universal, en su ofrecimiento. No hay nada que no sea redimible por la Cruz y Resurrección de JESÚS, porque sencillamente es el HIJO de DIOS.

Entrega perfecta

“Convenía, en verdad, que AQUEL por quien es todo y para quien es todo, llevara a muchos hijos a la Gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a llevarnos a la Salvación” (v.10). No se aparta este versículo de la conclusión de san Lucas cerrando el evangelio de la infancia: “JESÚS iba creciendo en estatura, sabiduría y Gracia ante DIOS y los hombres” (Cf. Lc 2,52). El VERBO de DIOS en la Encarnación comenzó a ver la realidad de las cosas desde nuestra orilla. También aceptó las leyes del crecimiento físico y lloró cuando recién nacido, pasó frío e incomodidades por momentos. Aceptó los riesgos de vivir en este mundo cargado de peligros, aunque contaba con la protección especial de la santísima VIRGEN MARÍA y san José; la protección de los Ángeles y la Divina Providencia del PADRE, que en medio de todo velaba por la ofrenda de su propio HIJO. Gran misterio también, que nos debe llenar de agradecimiento, porque JESÚS afrontó la realidad cruda y dura de nuestra condición humana para solidarizarse con todos nosotros. JESÚS vio con dolor la doblez de las intenciones de unos y las hipocresías de otros, vivió la exclusión y el rechazo de sus vecinos y la incomprensión de sus familiares. En la experiencia del dolor y el sufrimiento, JESÚS pasó por distintos campos de pruebas.

Un mismo origen

“Tanto el SANTIFICADOR como los santificados, tienen todos el mismo origen; por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos” (v.11). Así lo atestigua el evangelio de san Juan cuando el RESUCITADO se aparece a María Magdalena: “Ve, y di a mis hermanos: subo a mi PADRE y vuestro PADRE; a mi DIOS y vuestro DIOS” (Cf. Jn 20,17). El VERBO de DIOS entró dentro de la especie humana, que nos hermana por la misma naturaleza. San Pablo dirá: “llegada la plenitud de los tiempos el HIJO de DIOS nació de MUJER estando bajo la Ley para rescatar a todos los que estábamos bajo la Ley” (Cf. Gal 4,4-5). Los que eran garantes de la Ley le dieron muerte, pero esa muerte liberó a los que la Ley mantenía prisioneros. La muerte a la ley dio el paso a la Gracia que se da por la Fe en JESUCRISTO. JESÚS de Nazaret por su condición inseparable de HIJO de DIOS es hermano de todos los hombres de todos los tiempos. Se encarnó una vez y es suficiente para toda la existencia del género humano. Muriendo venció a la muerte y al pecado de una vez para siempre. JESÚS nos ha abierto el Reino de los Cielos y permanecerán siempre abiertos.   

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