Anida la ‘voluntad de poder’ en dirigentes eclesiásticos que hoy tratan de imponerse incluso a los mandatos evangélicos

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Sorprendentemente, todas las lecturas de este domingo se centraron en el tema de la «voluntad de poder» dentro de la Iglesia, descrita como algo escondido en el corazón de algunos de los discípulos y de quienes tienen un papel de autoridad en ella, como el Apóstoles, que seguían al Señor de cerca, incluso cuando se suponía que los demás no sabían dónde estaba («Jesús y sus discípulos pasaban por Galilea, pero no quería que nadie lo supiera«).

Una «voluntad de poder» que está en el corazón del hombre como efecto residual del pecado original y permanece como disposición incluso después del Bautismo, la Confirmación y el Orden Sagrado.

El Tentador está siempre dispuesto a aprovecharse de nuestros puntos más sensibles y los ministros de la Iglesia, así como los fieles, particularmente en nuestro tiempo, no están inmunes a ello, como lo demuestran los hechos.

Este razonamiento y trabajo subyacente con una mentalidad no cristiana intentando, a través del exhibicionismo, destacar y tener un lugar destacado, estar por encima de los demás («En la calle, de hecho, habían discutido entre ellos quién era más grande ») que siempre vuelve a la superficie… está particularmente presente en el mundo de hoy y ha terminado por devorar a demasiados hombres de la Iglesia, al más alto nivel.

  • Estuvo presente entre los Apóstoles y los primeros discípulos;
  • Estuvo presente en la primera comunidad cristiana ( ver segunda lectura ).
  • Está presente con evidencia abrumadora en la Iglesia actual, en cuyos líderes prevalece una visión «horizontal», «política» y en última instancia «materialista» de la realidad, disfrazada de «cristianismo».

¡Pero esta forma de razonar y de vivir no es cristiana!

Si es triste ver actuar en el mundo la «lógica del poder» y el «materialismo« –porque al final mata al hombre y hace insostenible la vida social y civil–, es aún más triste verlo actuar en la Iglesia.

Porque sus partidarios acaban -conscientes o no de si son sólo Dios sabe y juzgará- por utilizar su autoridad eclesiástica para sostener (con la manipulación de la Doctrina), esta mentalidad, hasta el punto de imponerla (con la manipulación de la disciplina y solicitud pastoral), si fuera posible, también a los santos.

Y lo disfrazan con palabras que alguna vez fueron cristianas y hoy, tan invertidas en su significado que ya no lo son, salvo en el sonido y la apariencia. Pero esta «manipulación del lenguaje» ha sido siempre, a lo largo de los siglos, esa característica típica de toda forma de herejía gnóstica que nos permite reconocerla aún hoy en acción y desenmascararla como una doctrina falsa.

La primera lectura describe el «tráfico» y las «ingenierías» de quienes, para salvar su prestigio y su poder, se organizan para hacer difícil e incluso imposible la vida cristiana y toda forma de consagración y dedicación total a Cristo (porque es ¡prohibido!) a aquellos que quieren tomar en serio al Señor. (“Pongamos trampas al justo […] Probémoslo con violencia y tormento […] Condenémoslo a una muerte ignominiosa”).

Y aquí radica el desafío entre el diablo y Cristo que, sometido a la cruz hasta la muerte, desafía al mundo con su victoria en la Resurrección. Hoy más que nunca es imposible comprender los acontecimientos sin esta «clave teológica de interpretación».

Pero la falsa máscara que intenta disfrazar con palabras cristianas, además distorsionadas y trivializadas, aprovechando el desconocimiento de la verdadera doctrina de Cristo y de la Iglesia que caracteriza, en nuestros días, a la mayoría de los «creyentes». (¡incluidos los pastores!) más allá de eso, todos los demás que no son creyentes conducirán pronto esta falsificación de la Iglesia que hoy vive dentro del caparazón institucional de la verdadera -que permanece garantizada por la objetividad sacramental- a una muerte en la cruz que precederá a la resurrección de la verdadera Iglesia de Cristo.

Había tres en la cruz en tiempos de Jesús: el ladrón impenitente, el buen ladrón arrepentido y el mismo Jesús ( cf. Lucas  23,39-42).

  • – El primero parece anticipar proféticamente a aquellos en la Iglesia de hoy que no se arrepienten de haber seguido, incluso durante décadas, una ideología teológica mundana, reemplazándola por la Doctrina de Cristo, porque ya no se la comprende y ya no se la cree adecuada para el veces. Éstos persistirán incluso cuando su poder caiga sobre ellos e incluso sus «amigos», pertenecientes al mundo, los abandonarán y los despreciarán después de haberlos utilizado para destruir la Iglesia.
  • El segundo, el buen ladrón arrepentido, se anticipa a aquellos que, iluminados por la Gracia, se darán cuenta, en el último momento, de la ilusión en la que han caído y alcanzarán una verdadera conversión, salvándose como aquel ladrón que se encomendó sinceramente a la misericordia. de Cristo (““Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a tu reino”. Él le respondió: “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”», Lucas  23,42-43).
  • Jesús en la cruz representa, junto a sí mismo, ese «Cristo total» del que él es cabeza, la verdadera Iglesia, su Cuerpo, que le permaneció fiel incluso en la prueba extrema inimaginable, y que, como Él y con Él, resucitará después de morir en la cruz a causa de hombres que apostataron de la verdadera fe.

Como entonces, también hoy tenemos «en la cruz de Jesús, su madre» ( Jn  19,25), a la Virgen María, con su continua protección y poderosa intercesión. Ella nos guiará a través de este tiempo vaciados de verdad y de fe, ella misma transportada por la mano poderosa de Dios («a la mujer le fueron dadas las dos alas de la gran águila, para volar en el desierto hacia el refugio preparado para ella para alimentarse por un tiempo, dos tiempos y medio tiempo lejos de la serpiente»).

¡María, madre de la Iglesia, ven a nuestro rescate!

Por P. Alberto Strumia.

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