Los mandamientos de Dios ayudan a purificar el interior

XXII DOMINGO ORDINARIO. CICLO B

Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Pbro. José Manuel Suazo Reyes

La primera lectura que escucharemos este domingo, en la liturgia de la Iglesia católica, está tomada del libro del Deuteronomio. Antes de entrar a la tierra prometida, Moisés exhorta a su pueblo a observar los mandamientos de Dios: “Guarden y cumplan los mandamientos del Señor, ellos son su sabiduría y su prudencia a los ojos de los pueblos” (Dt 4, 6). Se podría decir que de la observancia de estos principios depende la existencia y la identidad misma del pueblo de Dios. No hay otro camino más seguro.

La observancia de los mandamientos de Dios es un tema de mucha actualidad. Podriamos decir que los grandes problemas actuales que hoy vivimos es porque no se viven los mandamientos. Así tenemos una cultura de muerte muy extendida que se manifiesta en la violencia incontrolada que vivimos; la corrupción que no se ha terminado, los robos, asaltos a mano armada y atracos de todo tipo; la imposición de la mentira como estilo de vida que ya no causa ningún rubor. Todo ello tiene que ver con los mandamientos de Dios. Por eso el consejo del Deuteronomio sigue siendo válido: Guarden los mandmientos del Señor.

Teniendo en cuenta esta recomendación, entenderemos mejor la postura de Jesús ante las tradiciones fariseas de las que se nos habla en el Evangelio de este domingo (Mc 7, 1-8.14-15.21-23). Todo empieza con una discusión sobre la pureza. Los fariseos ponían más el acento en el cumplimiento externo de algunas cosas, que en la observancia de los mandamientos.

Por esta Razón, Jesús llama hipócritas a los fariseos y a algunos escribas que habían venido de Jerusalén a buscarlo. Los llama así porque no habían ido a verlo, movidos por un deseo sincero de conocer la verdad, sino para encontrar algún pretexto para acusarlo. Los fariseos estaban dando más importancia a las formalidades y a las apariencias que a lo fundamental. Observaban escrupulosamente las varias tradiciones culturales como las abluciones y purificaciones y descuidaban lo que Dios les había mandado. Por eso Jesús los llama hipócritas.

La hipocresía es un mal que puede anidarse en el interior de cualquiera de nosotros. Hipócrita es sinónimo de falso; alguien que dice una cosa pero hace otra; una persona que se esconde detrás de una máscara, es alguien que busca aparecer de forma diferente a lo que realmente es.

Desde el punto de vista religioso, con la hipocresía, la persona acentúa más algunas prácticas externas y descuida los mandamientos de Dios, especialmente aquellos que tienen que ver con la justicia, el amor fraterno, la honestidad de vida, la rectitud y la verdad. Es ese el reclamo que Jesús hace a los fariseos cuando cita al profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mi” (Mc 7, 6).

Para responder a lo que esta Palabra de Dios nos invita en este domingo es importante en primer lugar purificar el interior. Del interior brotan las intenciones, los deseos, los proyectos y todo lo que nos mueve a actuar. Por eso Jesús dice “Nada que entre de fuera puede manchar al hombre, lo que sí lo contamina es lo que sale de dentro” (Mc 7, 15).

A la luz de la Palabra de Dios necesitamos siempre purificar el corazón, rectificar nuestras intenciones, extirpar de nuestro interior todo aquello que es desordenado y contrasta con la voluntad de Dios. Es en el interior donde hay que poner orden. Pues “de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6, 45)

Para llevar a cabo este orden interior, como se nos dice en el Libro del Deuteronomio es necesario seguir los mandamientos de Dios. Los mandamientos nos hacen sabios y prudentes.

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Párroco en San Miguel Arcángel, Perote, Veracruz.