Nacidos del Espíritu Santo

1Reyes 19,4-8 | Salmo 33 | Efesios4,30---5,2 | Juan 6,41-51

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Todos los cristianos por el hecho de serlo hemos nacido del ESPÍRITU SANTO en las aguas bautismales, pero aquellos que reciben el sacerdocio ministerial lo han vivido de forma especial. A lo largo del discurso del PAN de VIDA los judíos indagan sobre la procedencia de JESÚS. No entienden los reunidos en torno a JESÚS que les hable de un origen distinto del que ellos conocen: JESÚS es hijo de José y MARÍA (Cf. Jn 6,42). JESÚS mismo en su persona es el alimento para la Vida Eterna. JESÚS se revela como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza después de pasar por la entrega personal en el sacrificio en el Cruz. La EUCARISTÍA hace Sacramento todo lo vivido por JESÚS con efectos salvadores para todos nosotros. De forma específica JESÚS fue marcado o acreditado por el PADRE con su SELLO -el ESPÍRITU SANTO- ( Cf. Jn 6,27). Los judíos insisten en el conocimiento de los orígenes de JESÚS, lo ubican en Nazaret, no aprecian en ÉL linaje especial alguno y desconfían (Cf. Jn 7,16.27-30). Estos y otros versículos están en línea de Encarnación, y en JESÚS se unen sin riesgo de confusión lo verdaderamente humano y lo específico de la Segunda Persona de la TRINIDAD, porque el ESPÍRITU SANTO se encarga de realizar el milagro. Todos los que sigan a JESÚS tienen que participar en alguna media de un nacimiento dado por el ESPÍRITU SANTO: “es necesario nacer de arriba o nacer de nuevo” (Cf. Jn 3,3-5), pues se trata de quedar investidos de la condición de hijos de DIOS. Esa es la lección fundamental que recibe Nicodemo cuando va a entrevistarse con JESÚS por la noche en Getsemaní. Algunos renacidos por el ESPÍRITU SANTO van a ejercer el ministerio sacerdotal con la tarea principal de consagrar y repartir la EUCARISTÍA. Pasarán unos años de formación en un seminario o centro similar y en el momento preciso el obispo confiere las órdenes sagradas a los candidatos. Se puede decir que todo el mundo sabe o puede conocer los datos como ciudadanos de cada uno de los ordenados, pero algo no humano se les ha incorporado de forma indeleble: el sacerdocio ministerial, según el orden de presbíteros, que corresponde en su caso al Sacramento del orden. Son ministros marcados con el SELLO de DIOS con una misión específica: distribuir el PAN de VIDA. Cada uno de los unidos al sacerdocio ministerial de JESUCRISTO Cabeza participa de la estrecha relación dentro de la Comunión de los Santos: “obrad no por alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la Vida Eterna, el que os dará el Hijo del hombre; porque a ÉL es a quien el PADRE, DIOS, ha marcado con su SELLO” (Cf. Jn 6,27). El propio ministro ordenado después de la imposición de manos del obispo comprobará que las acciones ministeriales específicas tienen una  repercusión eficaz en los que le son confiados. A través de la exhortación, del don de consejo, de la enseñanza o la predicación, habrá palabras verdaderamente ungidas, que llevan el SELLO de DIOS, y darán resultados de transformación interior. Pero gran insistencia se debe ejercer sobre el valor transformador de la EUCARISTÍA de la que es ministro específico. Los familiares y vecinos, conocen al sacerdote desde hace bastantes años: lo han visto crecer y jugar en medio del vecindario; y pueden relatar con precisión tramos de su vida, pero ahora pertenece a ese escaso grupo de personas, al que el PADRE, DIOS, ha marcado con su SELLO, y pueden hacerles partícipes del PAN que baja a este mundo para dar la Nueva Vida al mundo. Un PAN que en lo material sabemos cómo está hecho y su procedencia; pero que al ser consagrado la nueva substancia -Cuerpo, Sangre, Alma, DIVINIDAD- de JESUCRISTO, nos resulta inaprensible por los sentidos y el entendimiento; pero la Fe tiene de el puente perfecto para el encuentro. El discurso del PAN de VIDA trata de verdades que exceden el alcance y capacidad de nuestra comprensión presente y probablemente futura. El Cielo está incomprensiblemente en cada sagrario y custodia, porque antes el pan normal fue consagrado y repartido entre los fieles de la Santa Misa. La presencia del SEÑOR normaliza la vida de las gentes en este mundo, proporcionando una convivencia pacífica bendecida por una Providencia especial pero discreta, aunque lo más importante sean las transformaciones profundas operadas desde aquí en preparación a la Vida Eterna. Es un disparate la indiferencia hacia la presencia de JESÚS en la EUCARISTÍA.

¿Quiénes son?

La mayor parte de las veces, como bien sabemos, los que reciben la unción del sacerdocio ministerial son de extracción humilde, al estilo de JESÚS de Nazaret. Se dan casos, en otros tiempos con más abundancia, de vocaciones al sacerdocio provenientes de clases acomodadas, que tienen el gran mérito de hacerse pobres. En el relato del capítulo seis de san Juan, que vamos comentando,  aparece un muchacho con cinco panes de cebada  y dos peces (Cf. Jn 6,9). El pan de cebada era consumido por las personas de escasos recursos, y ese fue el pan multiplicado por JESÚS para dar de comer a la gran multitud de “cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños” (Cf. Mt 14,21; Jn 6,10). Con toda probabilidad los peces que aportaba aquel muchacho no eran del día, sino un pescado en salazón y seco para ser consumido en menores raciones y con un tiempo más prolongado. San Pablo tiene palabras luminosas al respecto de aquellos a los que el SEÑOR llama para prolongar su misión: “ha escogido DIOS lo que no cuenta, lo despreciable de este mundo para confundir a lo que cuenta, y nadie se gloríe; pues el que se gloríe, que se gloríe en el SEÑOR” (Cf. 1Cor 1-27-31). Pero estos son los enviados del PADRE para anunciar el Nombre de su HIJO con Poder, y perdonaran pecados (Cf Jn 20,23), expulsarán demonios con sus oraciones de liberación y en muchos casos, con las debidas licencias, exorcizarán a los que el demonio tiene poseídos y dirigidos (Cf Mr 6,7). Los nuevos sacerdotes de la liturgia cristiana son verdaderos puentes o mediadores entre el PADRE y los hermanos, porque actúan en persona de CRISTO. Los nuevos sacerdotes tendrán un nuevo sentido de la Escritura para enseñarla y predicarla. Estos nuevos ungidos del SEÑOR, aún con defectos y pecados, serán constructores de una nueva comunión entre los creyente y harán aparecer nuevos semblantes del Pueblo de DIOS. El mundo y la Iglesia se beneficiarán de los nuevos sacerdotes ungidos, porque elevarán oraciones de intercesión, alabanza y adoración, y DIOS tendrá Misericordia del mundo y cada uno de los hombres. Estos hombres entregados no serán portada de ningún medio de comunicación, y tampoco es necesario, aunque de su labor se beneficien todos. Estos nuevos sacerdotes son a los que JESÚS dice en estos tiempos “que deben repartir las raciones de la gracia a su tiempo de forma adecuada (Cf. Mt 24,41-15).

El profeta Elías

La primera lectura de este domingo trae el pasaje de Elías que se encamina hacia el Horeb, evitando la persecución de Jezabel, la mujer del rey Ajab. Éste era el verdadero rey de Israel en la zona norte, que se había escindido en tiempos de Roboán, el hijo de Salomón, que se distinguió por su despotismo y asfixia impositiva. Ajab era un hombre débil y quien mandaba en realidad era Jezabel de origen fenicio, que había prostituido el culto religioso en Israel introduciendo deidades fenicias con prácticas de cultos muy alejados de los prescritos en la Ley de Moisés. Jezabel decide la muerte de Elías porque éste acabó con el culto a los baales en la demostración de fuerza y Poder, en el Monte Carmelo, entre los dioses -baales- traídos por Jezabel, y YAHVEH como verdadero y único DIOS (Cf. 1Re 18,20ss). El Pueblo se   congregó en el Monte Carmelo para ver lo que iba a pasar. La cosa prometía emoción, pues Elías estaba solo como profeta del SEÑOR, frente a cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal protegidos por Ajab y de manera especial por Jezabel. La propuesta de Elías consistió en tomar dos novillos para el sacrificio: uno para Baal y otro para YAHVEH, invocar que descendiese fuego del Cielo y fuese consumida la víctima en su totalidad. La propuesta fue aceptada y los sacerdotes de Baal dieron inicio a la invocación, que se prolongó toda la mañana, el mediodía y las primeras horas de la tarde, cuando los sacerdotes de Baal ya entraron en trance, después de haberse hecho incisiones en su cuerpo y chorreaban sangre; y del cielo no bajó fuego alguno para consumir el novillo. A todas estas Elías les animaba a llamar más fuerte a sus baales -señores- pues pudiera ser que estuvieran dormidos, ocupados en otros menesteres y no estuvieran atentos a sus sentidas llamadas. El Pueblo esperaba el espectáculo, que tardaba en producirse. Elías había propuesto que el DIOS capaz de consumir la víctima con su fuego, ese era el verdadero DIOS. Después de bastantes horas, Elías consideró que era su turno y mandó preparar un altar con doce piedras, recordando las Doce Tribus de Israel. Puso la leña sobre el altar, mandó hacer una zanja alrededor del altar y echar abundante agua sobre la víctima, la leña y el altar, hasta que la zanja también se llenó de agua. Elías realizó una sencilla oración al SEÑOR, y entonces sí bajó el fuego esperado del Cielo que consumió la víctima, la leña y el agua que se había echado. A la vista de todos quedaba evidente el Poder de YAHVEH y quién era el DIOS verdadero. “Los ídolos de los gentiles son plata y oro, hechura de manos humanas. Tienen ojos y no ven…. (Cf. Slm 115,4-8). La reacción del Pueblo liderado por Elías fue la de acabar con los cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal. Que fuero degollados (Cf. 1Re 18,40). Jezabel juró dar muerte a Elías, que era el único profeta de YAHVEH; y éste emprende la huida hacia el Monte Horeb.

La lucha  permanente

La lucha del espíritu del mal contra los hijos de DIOS toma algunos modelos reflejados en la Biblia. En el libro del Éxodo se recoge la lucha del Pueblo elegido contra Amalec, en la que venció Israel mientras que Moisés mantenía los brazos levantados hacia el SEÑOR, y los israelitas vencía en el campo de batalla gracias a la oración de intercesión de Moisés en el Sinaí. La lucha concluye con la sentencia: “desde entonces Amalec está en guerra continua contra Israel” (Cf. Ex 17,16). Ahora, en vida de Elías, es Jezabel, la mujer de Ajab, reina sirio fenicia que realizaba funciones de sacerdotisa, quien dejará su nombre a un conjunto de depravaciones idolátricas, que recogerá el libro del Apocalipsis. La Jezabel de los tiempos del profeta Elías decretó su muerte: “envió Jezabel un mensajero a Elías diciéndole: que los dioses me castiguen si mañana a estas horas no he hecho tu vida como has hecho tú con la vida de uno de estos” (Cf. 1Re 19,2). Continúa el texto diciendo, que Elías tuvo miedo y se fue del lugar para huir bastante lejos, al monte Horeb. Jezabel morirá poco después que su marido Ajab arrojada por una ventana a manos de alguien próximo (Cf. 2Re 9,30-33). Pero el nombre de Jezabel ofrecerá un prototipo de idolatría para todos los tiempos como nos refiere el libro del Apocalipsis: “conozco tu conducta, tu Caridad, tu Fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia, tus obras últimas sobre pujan a las primeras. Pero tengo contra ti, que toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa y está enseñando y seduciendo a mis siervos para que forniquen y coman carne inmolada a los ídolos… A ella voy a arrojarla al lecho del dolor y a los que adulteran con ella a una gran tribulación, si no se arrepienten de sus obras” (Cf. Ap 2,19-21). En este mismo texto se identifica a Jezabel con el compendio de doctrinas que saben de las profundidades de Satanás (Cf. Ap 2,24). Sin darle un nombre propio, la gran ramera del capítulo diecisiete del mismo Apocalipsis, le atribuye distintos rasgos que enhebran lo referido en estos versículos del capítulo segundo dedicados a la Iglesia de Tiatira. Podemos decir, que la lucha de Jezabel contra Elías permanece -YAHVEH es mi DIOS-, precisamente por ser un exponente en la defensa del Yavismo, o religión de YAHVEH, como seña de verdadera identidad para los israelitas. Con JESÚS en la Transfiguración aparecen, Moisés, el fundador del Yavismo; y Elías, el defensor del Yavismo unos seiscientos años después de Moisés. Fueron tiempos recios, en los que parecía que todo quedaba relegado a la mirada material de las cosas. El profeta, sin embargo, no era sólo la voz de DIOS para el Pueblo, pues la mostraba con firmeza a las élites sociales y religiosas, y de forma especial al propio rey. Ahora la vida del profeta Elías corre un grave riesgo y un miedo prudente lo retira de los primeros lugares desapareciendo por un tiempo de la vista de los principales, especialmente de la reina Jezabel.

El miedo de Elías

La amenaza de Jezabel no era un mero desahogo de aquella reina cargada de cólera. De su carácter maléfico da testimonio lo ocurrido con Nabot, que se negó a vender al rey lo que era patrimonio familiar indivisible. Jezabel hurde la muerte de Nabot acusándolo falsamente de traición al rey (Cf. 1Re 21,7-14). El miedo de Elías en este caso viene a proteger su vida del riesgo cierto de caer en manos de Jezabel. Cuando se trató de la defensa de las cosas de YAHVEH frente a los principales de Samaria, Elías en ningún momento mostró decaimiento, reticencias o miedo; pero en este caso la situación era distinta. El signo profético se había realizado, las gentes que habían estado presentes se desengañaron de todas las falacias promovidas por Jezabel y reaccionaron con el profeta, eliminando el mal desde la raíz. Al profeta Elías se le pueden aplicar las palabras que recibirá el joven Jeremías para su misión: “te hago muralla de bronce… (Cf. Jr 1,18).; y DIOS advierte al joven Jeremías a no dejarse intimidar por los que ejercen el poder político y religioso (Cf. Jr 1,17). Elías es un hombre de DIOS, pero no un héroe endiosado a sí mismo, y en algún momento tiene que vivir la tribulación del desvalimiento. Esta crisis Elías la resuelve con acierto, pues busca el encuentro con DIOS lejos del campo de influencia y control de los reyes de Samaria. Elías se encamina hacia el Horeb y el trayecto es largo.

Camino del desierto

Antes de llegar al Horeb hay que atravesar el desierto. Elías viene de la lucha más decidida por los derechos de YAHVEH y siente que sus fuerzas humanas lo abandonan. Por el camino Elías declara: “se sentó bajo una retama, se deseó la muerte, y dijo al SEÑOR, basta ya, SEÑOR, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres. Se acostó y durmió bajo la retama. Un Ángel lo despertó y dijo: levántate y come. Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar” (Cf. 1Re 19,4-5). Elías da a entender que considera muy superior la dureza de los tiempos que a él le toca vivir muy superior a los que le precedieron, y por otra parte tampoco él es mejor que los padres en la Fe, de los que ha recibido las santas tradiciones. Cada generación tiene que releer las Escrituras y actualizar la doctrina sobre la que se asienta la Fe; y los protagonistas de cada época creen, muchas veces, estar viviendo los tiempos más duros y críticos de la historia. Puede ser que algo de razón los asista, pero habría que preguntarle a santo Domingo cuando a comienzos del siglo trece constata la indigencia moral e intelectual de aquellas gentes, que recibían las doctrinas sesgadas de los valdenses o los cátaros. Durante el siglo quince y dieciséis las incursiones de las huestes musulmanas en todo el Mar Mediterráneo y la región de los Balcanes fueron vividas por muchos como la acción depredadora del Anticristo. Valdenses y cátaros pasaron y hoy asistimos a otras formas de recrudecimiento de la situación social, política y religiosa, que a muchos nos pudiera parecer los más graves acontecimientos de la historia. Hoy existen dictadores y tiranos como en otros tiempos; también están las jezabeles que exhiben su cuerpo de prostitución enjoyado con el lujo más deslumbrante encaramadas sobre el monstruo satánico de siete cabezas, que les da poder de seducción (Cf. Ap 17,1ss), pero es la carrera del Mal que sabe le queda poco tiempo (Cf. Ap 12,12). Elías vuelve periódicamente, no en el sentido reencarnatorio, sino como un estilo profético que asentó el gran profeta con su vida y ministerio.

El Ángel  en el camino

YAHVEH provee al Pueblo de la asistencia de su Ángel para que lo guíe y vaya delante de el hasta llegar a la Tierra Prometida (Cf. Ex 23,20). Nunca falta la Presencia de DIOS al hombre religioso, pero el SEÑOR ha querido asistirnos con la compañía de sus Ángeles, y Elías da muestras de tener familiaridad con el Ángel que lo asiste, pues no se asombra ni asusta de su presencia. Pareciera que la asistencia del Ángel entrase dentro de la rutina diaria para Elías. “Volvió por segunda vez el Ángel y le dijo: levántate, come porque el camino es demasiado largo para ti. Se levantó, comió y bebió y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Monte de DIOS, el Horeb” (Cf. 1Re 19,7-8). De ningún modo vamos a dudar de la intervención angélica en este episodio de Elías, pero es al mismo tiempo una lección premonitoria de la eficacia del PAN de VIDA. Los cuarenta días con sus noches se convierten en el símbolo temporal de una generación, o de la vida de cualquier persona, sean los años que tenga de duración. Siempre el camino de la vida es del todo superior a las propias fuerzas, y en algunas etapas de manera especial, se nota la debilidad y la necesidad de la ayuda de DIOS. Hay un alimento de orden superior que es necesario para cubrir la distancia entre la persecución y la elevación o Monte en el que DIOS se encuentra. Para encontrarse con DIOS hemos de superar la horizontalidad de esta vida, siendo ésta un camino penoso y largo para nuestras capacidades. A la EUCARISTÍA la llamamos también VIÁTICO, porque es el alimento de los “viatores”, de los que caminamos por este mundo hacia el encuentro definitivo con DIOS. Cuando Elías llegue al Horeb le van a preguntar por dos veces: ¿qué haces aquí, Elías?” (Cf. 1Re 19,9-15). En el camino hacia el Horeb, Elías tuvo ocasión de considerar y meditar la respuesta a esa pregunta, aparentemente tan sencilla.

Nuestro destino

DIOS nos ha creado para vivir con ÉL por la Eternidad. Para llevar a término ese objetivo, se encarnó el HIJO de DIOS y adoptó un modo de estar con nosotros hasta el final de los tiempos bajo la EUCARISTÍA. A lo largo de este capítulo seis se intuye el paso por la Cruz y la Resurrección; pero se afirma de forma inequívoca la voluntad del PADRE de obtener la Vida Eterna para todos nosotros por medio de JESÚS. JESÚS es el PAN de VIDA, que baja del Cielo, da la vida al mundo y concede la Vida  Eterna a todos los que vienen a ÉL, sin importar el estado inicial en el que se encuentren: “el que venga a MÍ no lo echaré fuera” (Cf. Jn 6,37). La EUCARISTÍA es JESÚS: “YO SOY el PAN de la VIDA; el que venga a MÍ no tendrá hambre, y el que cree en MÍ no tendrá nunca sed” (Cf. Jn 6,35). “Ir a JESÚS” y creer en ÉL son términos equivalentes. Se completa esta fórmula con la expuesta en el capítulo siete: “el que tenga sed, que venga a MÍ y beba, pues de su interior manarán ríos de Agua Viva -esto decía de los que habrían de recibir el ESPÍRITU SANTO después de la Resurrección-“ (Cf. Jn 7,37-39). El tiempo verbal en el que se expresa la promesa del PAN de VIDA en todo el relato está en futuro, porque se esta sugiriendo la Cruz y la Resurrección. La EUCARISTÍA es banquete y sacrificio, y ambas realidades deben estar presentes en la Santa Misa para sacramentalizar correctamente la entrega de JESUCRISTO por todos nosotros. Como aquellos judíos, también nosotros queremos siempre de ese PAN de VIDA (Cf. Jn 6,34). La nueva forma de estar el SEÑOR entre los discípulos y los hombres en general da un nuevo protagonismo a la Fe. Casi es racional creer en DIOS, partiendo de una lectura directa de la Creación; creer en JESÚS como el HIJO de DIOS a partir de su predicación y milagros es un nivel de Fe superior al anterior; y creer, aceptar y recibir a JESÚS en la EUCARISTÍA, creyendo que en ELLA se encuentra con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad, perfecciona la Fe del hombre en nuestro mundo. Creer en JESÚS después de una experiencia de unión mística es fácil, pero creer que el mismo JESÚS está bajo una apariencia de pan y de vino, eso tiene otro carácter; y es precisamente a este punto donde el SEÑOR nos quiere llevar.

Alcanzar la Vida Eterna

La Vida Eterna se alcanza cuando se ve al HIJO y se cree en ÉL (v.40). Los presentes en aquel encuentro en Cafarnaum manifiestan una seria dificultad, pues después de haber participado en la comida donde se multiplicaron los panes y los peces, ajenos al signo mesiánico, mantienen con insistencia la procedencia humana de JESÚS de forma exclusiva: “Los judíos murmuraban de ÉL porque había dicho que ÉL era el PAN VIVO bajado del Cielo; y decían, ¿no es éste el hijo de José cuyo padre y madre conocemos?, ¿cómo puede decir ahora: he bajado del Cielo? (v.41-42). La falta de Fe de los escépticos le sirve al evangelista para resaltar el carácter de VERBO encarnado de JESÚS de Nazaret. Allí los presentes sostienen que ellos conocen a los progenitores de JESÚS, y no encuentran modo compatible con una procedencia celeste. Una brizna de razón tenían los que llegaban a tales conclusiones, pues lo imposible de la persona de JESÚS sólo se resolvía aproximándose algo más a la revelación que de DIOS mismo estaba aportando JESÚS. La Encarnación en san Juan abarca más aspectos que los propiamente generativos e introduce la influencia directa de la familia, las circunstancias sociales y religiosas. JESÚS es conocido no sólo como hijo de MARÍA y José, sino también era vecino de Nazaret conocido artesano de la región.

La Fe es un don

La Fe en principio es un don que DIOS quiere para todos, pues viene implícita en la conversión “DIOS quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (Cf. Ez 18,23 ). La murmuración es un veneno que carga de prejuicios y desbarata la Fe: “JESÚS les dijo: no murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a MÍ, si el PADRE que me ha enviado no lo atrae, y YO lo resucitaré en el último Día” (v.43-44) La predicación y actividad misionera de JESÚS está de acuerdo con las mismas relaciones de la TRINIDAD. El PADRE concede dones para ver y descubrir quién es JESÚS. El ESPÍRITU SANTO revela con mayor o menor intensidad la identidad de JESÚS a los corazones receptivos. JESÚS, el HIJO, ofrece una cuenta cumplida de la Voluntad del PADRE. Referido al PADRE, entonces puede entenderse que JESÚS afirme “he bajado del Cielo, y SOY el PAN de VIDA, que vivifica al mundo”. El mundo no se sostiene solamente por la acción de los hombres y las condiciones sociales. El mundo fue creado por DIOS y llega a su término por la misma acción de DIOS.

Una profecía mesiánica

El profeta Jeremías, en medio del caos del destierro, tiene palabras para el futuro, referidas a la Nueva Alianza, que significará entre otras cosas, un perfecto conocimiento de DIOS y su obra (Cf. Jr 31,31-34). DIOS enseñará interiormente a los hombres aquellas cosas que no se pueden aprender por los cauces normales. JESÚS confirma: “está escrito en los profetas: serán todos discípulos de DIOS. Todo el que escucha al PADRE y aprende, viene a MÍ,” (v.46). A JESÚS, el HIJO de DIOS, se le puede ver, y por las señales que en ÉL se manifiestan son las que justifican la Fe en ÉL. Pero al PADRE no se le puede ver, sino oír: “el que escucha y aprende”, entonces va a JESÚS con un conocimiento nuevo como SALVADOR, y ÉL lo resucitará en el Último Día. Este concepto tiene más de una lectura, que siendo muy importante tiene su complejidad, pues nos afecta en gran medida. Somos resucitados por JESÚS para la Vida Eterna. La relación es muy estrecha, pero no son del todo coincidentes la Resurrección y la Vida Eterna. Viviremos siempre con el SEÑOR en un estado de resucitados, porque JESÚS ha inaugurado la Resurrección.

El HIJO ha visto al PADRE

Una distinción esencial entre JESÚS y cada uno de nosotros es la unión con el PADRE, que en estos versículos se refiere como sinónimo de visión: “no es que alguien haya visto al PADRE, sino el que ha venido de DIOS, ese ha visto al PADRE” (v.46). Para mostrarse a los hombres como el PAN de la VIDA, JESÚS ofrece la revelación de una especial comunión con el PADRE, que le hace posible el continuo conocimiento de su Divina voluntad. La conciencia humana de JESÚS no se encuentra enturbiada por deficiencia alguna. Su conciencia de HIJO es la misma que la de REDENTOR de todos los hombres. Su total pertenencia al PADRE no le impide entregarse sin reservas a los hombres, haciéndose alimento o comida y bebida espiritual para todos. Nuestro estado último como salvados y redimidos estará en la contemplación y visión del PADRE: “la Vida Eterna, PADRE, está en que te conozcan a ti y a tu enviado, JESUCRISTO” (Cf. Jn 17,3).

Fe o visión

Para nosotros la Fe, en el estado presente, sustituye la visión. No podemos ver a DIOS “cara a cara” (Cf. Ex 33,20 ), pero se nos ha dado el don de la Fe, unida a la Esperanza y la Caridad. Los cristianos completamos el itinerario de la Fe haciéndola eucarística. Dice JESÚS: “en verdad, en verdad os digo, el que cree tiene vida Eterna. YO SOY el PAN de la VIDA” (v.47-48). El  texto nos habla en presente, y no deja para el futuro la entrada en la vida  Eterna, sino que instala una realidad paralela de carácter trascendente para los que ahora creen en JESÚS como el PAN de la VIDA. La actuación de la Gracia en el caso de la Fe eucarística dispone las cosas de modo antes impredecible: la EUCARISTÍA abaja la Vida Eterna a este mundo nuestro antes que nosotros hayamos ascendido a él. Los que vivimos en este mundo obviamente no estamos en condición de resucitados, pero por la Fe eucarística entramos en la dimensión de vida Eterna.

Lo antiguo y lo nuevo

“Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el PAN que baja del Cielo para que el que lo coma no muera. YO SOY el PAN VIVO bajado del Cielo si uno come de este PAN vivirá para siempre y el PAN que YO le voy a dar es mi carne por la vida del mundo” (v.49-51). El maná perteneció a la prefiguración de las cosas venideras o de las auténticas realidades. El maná cesó, aunque su simbología permanecerá siempre. La EUCARISTÍA en absoluto es un símbolo para satisfacer subjetividades. La EUCARISTÍA es JESÚS en toda su plenitud de realidad, que llega a nosotros en la apariencia de lo que antes era pan o vino; pero que después de haber transubstanciado por la acción del ESPÍRITU SANTO quedaron convertidos en la viva presencia del hombre-DIOS, JESÚS de Nazaret, que “es el mismo ayer, hoy y siempre” (Cf. Hb 13,8).

San Pablo, carta a los Efesios 4,30-5,2

La carta a los Efesios, como bien sabemos, trata las grandes cuestiones cristológicas que fundamentan la Fe; pero no faltan las prescripciones de carácter moral o ético, que disponen las pautas para adecuar la acción personal a la Fe profesada. Los versículos de la presente lectura para este domingo van en esta línea de orientación moral.

Un listón muy alto

“Sed, pues, imitadores de DIOS como hijos queridos (v.5,1). JESÚS nos dejó una sentencia similar en el Sermón de la Montaña: “sed perfectos como vuestro PADRE celestial es perfecto” (Cf. Mt 5,48). DIOS es Bueno (Cf. Mc 10,18), y por serlo en sumo grado, resulta también la Verdad y la Belleza indefectible. Estos tres trascendentales, que atribuimos a DIOS desde nuestra comprensión del Misterio como imagen suya que somos, se amplía de forma sobresaliente con la Divina Revelación y el Nuevo Testamento. DIOS es providente, misericordioso, íntimo a los hombres y al mismo tiempo dispone de su condición omnipresente para sostenerlo todo. En orden a su Providencia para con nosotros dispone de leyes morales que nos enseñan el modo de comportarnos según la Sabiduría Divina. En este sentido el Apóstol nos puede pedir que seamos “imitadores de DIOS”, porque en su Sabiduría Divina y de acuerdo con nuestra naturaleza nos dejó pautas de comportamiento para regular nuestra convivencia según su justo orden de las cosas. La Escritura en todos esos pasajes se convierte para nosotros en el espejo para mirarnos y percibir, entonces, lo que pudiera ser perfeccionable. La imitación de DIOS como nuestro PADRE está en la misma línea que el hijo pequeño adopta en su comportamiento tomando al padre, su progenitor, como el gran modelo al que amorosamente es atraído. La atracción modélica del padre no es una pesada carga, sino un estímulo de superación personal.

El artífice de nuestra obra

Tenemos por delante una verdadera tarea de formación moral y espiritual, que abarca todo el tiempo por este mundo. No sin la Gracia, sino como en el caso de san Pablo con la Gracia de DIOS operando en uno mismo (Cf. 1Cor 15,10). Como persona de experiencia espiritual, san Pablo avisa sobre algo clave: “no entristezcáis al ESPÍRITU SANTO de DIOS, con el fuisteis sellados para el día de la Redención” (v.30). El ESPÍRITU SANTO vino el día del Bautismo sacramental y dejó el sello indeleble de su presencia. DIOS nos marca con su SELLO para distinguirnos entre todas las demás criaturas. El ESPÍRITU SANTO desde entonces se convirtió en fuente de toda Gracia y Bendición. ÉL nos da la unción para  invocar y reconocer a JESÚS como el CRISTO (Cf. 1Cor 12,3), y nos da la íntima proximidad con el PADRE (Cf. Rm 8,15), rescatándonos de la desconfianza original, que provoca el rechazo hacia DIOS. El ESPÍRITU SANTO devuelve al alma del hombre la conciencia y confianza de la filiación en el Amor. Nuestras palabras, pensamientos y acciones están llamadas a discurrir en el cauce de la Caridad para vivir según el ESPÍRITU. DIOS salva la distancia entre la trascendencia y la intimidad con el hombre mediante la presencia del ESPÍRITU SANTO que sondea lo íntimo de DIOS y del hombre mismo.

Evita el  mal

“Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia,, y cualquier clase de maldad desaparezca de entre vosotros” (v.31). La base del comportamiento moral parte de un simple fundamento: haz el bien y evita el mal. Para detectar el mal y apreciar el bien, DIOS nos dio la conciencia moral, que al mismo tiempo tiene que perfeccionarse a lo largo de la vida. San Pablo enumera algunos males que enrarecen la convivencia, y lo pueden hacer de forma grave. La ira, la cólera o gritos, pueden ser muy lesivos para las personas, la familia o la marcha de la comunidad. Sería muy cuestionable la caridad cristiana de una persona que mostrase habitualmente un comportamiento  dominado por los defectos o pecados antes mencionados.

Convivencia fraterna

“Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó DIOS en CRISTO” (v.32). Cuando la Caridad se vuelve perdón y misericordia, vemos que la Caridad es una virtud que se está consolidando. No existe comunidad cristiana sin el perdón mutuo, porque los defectos de unos y otros son patentes. El perdón estrecha los lazos fraternos. Las comunidades cristianas no están constituidas por personas intachables, sino por los que se acercan a la fuente de la salud para ser tocados por el SEÑOR, que sana los corazones. Cada hermano en la comunidad tiene que favorecer el mejoramiento de los que lo rodean. Puede ser decisiva la valoración positiva, de las cualidades y virtudes, del hermano que nos acompaña en el proyecto comunitario.

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