Hace ocho días, escuchábamos que Jesús al llegar a la otra orilla, se conmovió de aquella multitud que lo buscaba porque “andaban como ovejas sin pastor”. Los escucha, les predica, pero su compasión lo lleva a preocuparse y a ocuparse de una necesidad muy humana que es el hambre; en aquella soledad ¿qué van a comer? Porque ciertamente es una comunidad que tiene hambre de justicia, hambre de Dios, hambre de paz, pero también tiene hambre corporal, tienen el estómago vacío.
Jesús sabe la respuesta, pero interroga a Felipe y lo involucra en su preocupación, en aquel problema que tienen de frente y le pregunta: “¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente?”. Felipe muy consciente de la situación habla del dinero: “Ni doscientos denarios alcanzarían”; quizá ni los tenían, ni había un lugar a dónde acudir a comprarlo. Muestra la desproporción del problema. Andrés entra en escena y hace unos cálculos razonables, dice: “Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?”. Se siente rebasado por el problema que tiene de frente; sabe contar y calcular. El problema es visto desde la razón humana, no han dado cabida a la fe.
La desproporción se anula, cuando “lo poco que se tiene, se convierte en el todo que se da”. Tener fe no quiere decir que solicitemos a Jesús que cambie las piedras en pan, sabemos que esa es una tentación. Tener fe es permitir que Él transforme nuestro corazón de piedra, que sólo sirve para hacer cálculos exactos, en un corazón de carne capaz de dar lo que se tiene. Somos una Iglesia pobre, que se hace rica precisamente dándolo todo.
Dar de comer a la multitud es una gran obra de misericordia que realiza Jesús, pero la obra de misericordia encierra un peligro: El sentirnos buenos, el sentirnos que la gente nos necesita, y esa actitud nos conduce al orgullo, a la soberbia, que destruyen la caridad. Podemos decir que la obra de misericordia puede conducirnos a caer en la tentación de dar pan y no ayudar a que las personas lo consigan. Es tentación, cuando hacemos a los demás dependientes y no los ayudamos a salir adelante. Les hacemos más mal que bien, más aún, la ayuda deja de ser adecuada y no es cristiana cuando se ofrece a los demás con la condición de que se humillen ante uno o permanezcan sometidos a nuestros intereses. Recordemos que después de la multiplicación de los panes, buscaban a Jesús para hacerlo rey y los evadió. Pensaban que, si les había solucionado el problema de la alimentación, les solucionaría todo tipo de dificultades; pero Jesús hace lo contrario a lo que hacían los Emperadores: ‘Darle al pueblo pan y circo’. Es triste que los nuevos gobernantes sigan la tradición de los Emperadores: dar migajas para comprar voluntades y mantenerse en el poder.
San Juan nos deja claro que el primero en preocuparse por el alimento de aquellas personas es Jesús y pone a prueba a sus discípulos. Gracias a la generosidad de aquel joven, Jesús realiza el milagro; no hace aparecer panes de la nada, multiplica aquellos panes. El Señor necesita de nuestra generosidad para realizar el milagro.
Dar de comer al hambriento es una obra de misericordia; les invito a reflexionar en dos aspectos, uno positivo y uno negativo:
1°- El Positivo. La multiplicación de los panes nos lleva a reflexionar en la hambruna que se vive en el mundo; en este mundo donde existen personas que banquetean y despilfarran la comida, también existen personas que pasan hambre. Sería muy sencillo echar la culpa a otros de ese acaparamiento de riquezas, de esa explotación del trabajo, de esos recursos mal distribuidos. Pero no se vale echar culpas para evadir nuestra responsabilidad.
La intención es que reflexionemos en nuestra sensibilidad ante las carencias del otro, esa sensibilidad que me lleve a preocuparme y a ocuparme. Que sea capaz de compartir la comida con el vecino, el vestido con aquel que lo necesite; que no permitamos que la comida se quede en los refrigeradores y se eche a perder; que enseñemos a los niños a comer de todo y a cuidar la comida; que aprendamos a compartir lo que tenemos. Un estudio realizado en Estados Unidos, aportó que, si se compartiera la comida que desperdician los restaurantes, nadie pasaría hambre en el mundo.
2°- El Negativo. La caridad o filantropía, también encierra un aspecto negativo: cuando las personas se acostumbran a que se les dé, se vuelven incapaces de hacer algo y sólo esperan la dádiva; ya lo dice una frase cargada de sabiduría: “No sólo des el pescado, sino que también enseña a pescar”.
La multiplicación de los panes nos recuerda que gracias a aquel muchacho que fue capaz de compartir sus panes, Jesús realizó el milagro. Él necesita de nuestra generosidad para seguir multiplicando los panes. Cuando se comparte libremente y con alegría, el alimento se multiplica y sobra.
Hermanos, cuando busquemos un milagro, pensemos: ¿qué me toca hacer a mí para que el milagro se realice?
No olvidemos que la felicidad no reside tanto en el tener, cuanto en el compartir, por eso les invito para que le pidamos al Señor: ‘¡Dinos! cómo compartir parte de nuestra riqueza, sin mirar a continuación, el vacío que dejó en nuestros bolsillos. ¡Dinos Señor! Dónde ir y a quiénes alimentar con nuestra presencia y palabras, con nuestros gestos y compromiso de misericordia. ¡Dinos Señor! Una palabra, un gesto, una acción, ante la situación de tanta violencia, para poder llevar el pan de la paz’.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!