En el periodo de entre guerras, el conde Ricardo Coudenhove-Kalergi escribía la obra “Paneuropa” en la que ya defendía la construcción de los denominados Estados Unidos de Europa. Sería en 1926 cuando se celebraría en Viena el primer congreso paneuropeo. La Segunda Guerra Mundial provocaría que el proyecto tuviera que interrumpirse durante unos años. El movimiento paneuropeo seguiría defendiendo los mismos principios inspirados por su fundador por su sucesor Otto de Habsburgo en la lucha contra el nazismo y el comunismo y la construcción de una Europa unida basada en principios y valores.
El 9 de mayo de 1950, un licenciado en derecho lorenés, el ministro de asuntos exteriores francés Robert Schuman hacía una declaración histórica que es considerada como la partida de nacimiento de la Unión Europea. Será el propio Schuman quien afirme: “mi filosofía política es el realismo sin ideología”. Por eso, pronto se pondría en camino involucrando a otros en tan noble tarea; a un alcalde de Colonia, Konrad Adenauer, que será perseguido por los nazis y que era conocido como “Der Alte” (El Viejo), y a un italiano que, empujado por las circunstancias históricas, comenzó su andadura política en el parlamento vienés, Alcide de Gásperi. Schuman sabía que sólo no lograría su objetivo. Los tres eran hombres de su tiempo que supieron adelantarse al futuro.
Después de la II Guerra Mundial el viejo sueño de una Europa unida y reconciliada se convirtió en una urgencia, y, por tanto, se hizo de la necesidad virtud. Será en 1946, cuando los tres políticos, todos ellos democratacristianos, comenzaron a diseñar un plan con el objetivo de conformar unas bases sólidas que sirvieran para la consecución de una Europa en paz. En dicha Declaración se buscaba no repetir los errores del Tratado de Versalles y se llamaba a Francia y Alemania a superar su rivalidad histórica liderando la construcción europea; pero, ¿cómo se haría?: mediante un mecanismo de “realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho”. En este sentido, propuso “someter el conjunto del a producción francoalemana de carbón y de acero a una Alta Autoridad común”, que sería la primera etapa de un proceso mucho más largo y ambicioso tendente a la federación. Esta cooperación llevaría a la creación de una organización abierta a otros países europeos, con unión aduanera y unidad de producción. Nacería así en París en 1951 la CECA (la Comunidad Económica del Carbón y del Acero). En un primer momento, se puso la economía como eje, pero el proyecto tenía un trasfondo mucho más profundo: lograr un afianzamiento de la paz y la concordia en el continente a través de la cooperación entre los distintos Estados europeos.
La Declaración Schuman es hoy más actual que nunca si atenemos a afirmaciones que en ella se recogen como: “La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. La contribución que une Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas”.
En el texto de la Declaración Schuman, se establecen los gérmenes de las principales políticas que posteriormente han sido asumidas por la Unión, a saber: una política encaminada a la cooperación al desarrollo en otros lugares del mundo, cuando habla que una de las tareas esenciales debe de ser “el desarrollo del continente africano”; “(…) cuando habla de la modernización de la producción y la mejora de la calidad (…)”, nos recordará a todos los programas de investigación, desarrollo e innovación que financia la Unión; “el suministro, en condiciones idénticas, del carbón y del acero”, recordándonos la política de competencia europea, la prohibición de los monopolios y de las denominadas ayudas de Estado; “el desarrollo de la exportación común hacia los demás países” como la actual política comercial común; “la creación de un fondo de reconversión que facilite la racionalización de la producción”, que nos recuerda en cierta medida a fondos especiales para la reconversión y tiempos de crisis; “la liberación de cualquier derecho de aduanas y la imposibilidad de verse afectada por tarifas de transporte diferenciales”, que servirá como germen de la creación de una unión aduanera; antecedente también por tanto del actual mercado interior. Y así, podríamos seguir haciendo más paralelismos. En definitiva, de manera profética, establecerá a través de la puesta en común de la producción del carbón y del acero los cimientos de la actual Unión Europea.
Hoy, las amenazas a las que se enfrenta Europa y el mundo globalizado en su conjunto, no son solo de paz, sino también sanitarios, provocados por la COVID-19, pero también económicos y sociales sin precedentes; peligros que sin duda alguna pueden contribuir a la desestabilidad mundial también en términos de seguridad y disfrute por tanto de la paz. Ante una situación así, se hace hoy más que nunca necesaria que la Unión Europea trabaje de una manera coordinada y unida para afrontar estos nuevos desafíos a los que nos enfrentaremos en los próximos años. Una Europa, que ha cambiado y que ya no es la que nació en 1957 con el Tratado de Roma formada por 6 Estados, sino una Unión Europea integrada por 27 Estados miembro a la que otros países europeos se quieren unir.
La crisis actual nos ha demostrado que a pesar de que la Unión Europea tiene un proceso de toma de decisiones complejo y lento; no menos cierto es, que cuando esta ha tomado decisiones para dar una respuesta coordinada a la crisis (por ejemplo: coordinando la compra de material sanitario, la repatriación a sus países de ciudadanos europeos, etc.), así como, decisiones económicas encaminadas a paliar los efectos económicos y sociales y enfocados a la reconstrucción lo ha hecho y de qué manera. Además, ha sido solidaria creando fondos especiales de apoyo a otras regiones del mundo para la lucha contra la COVID-19 como el fondo especial para los Balcanes occidentales.
Y es que, el proyecto europeo cuyos mimbres comenzaron a entretejerse el 9 de mayo de 1950, no solo ahora se ha demostrado que es más necesario que nunca, sino que, además, si no existiera debería de inventarse.
Carlos Uriarte Sánchez
Secretario general de Paneuropa España y profesor de Derecho de la URJC.
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