Muchas veces, estamos cargados de mandatos, de culpa y de creencias que nos complican la existencia y vician nuestra mirada hacia Jesús. Creemos erróneamente que la personalidad de Dios es la personalidad de nuestros padres y que Cristo nos exige cumplir estándares que implican trabajar hasta el agotamiento y no distraernos con nada.
Sin embargo, te has preguntado ¿qué es lo que en realidad te pide Jesús?
Esta, si bien es una pregunta muy general, no tiene una respuesta única ya que lo que Cristo quiere de ti, no es lo mismo que quiere de mí. Entonces, ¿cómo descubrir lo que debemos hacer si tenemos una imagen viciada de Dios?
Conocer al Padre solo es posible a través del Hijo. Quien conoce al Hijo conoce al Padre y es en Jesús que conocemos lo que Dios quiere para nosotros. Una pista muy importante es qué nos dice Dios en el pan de cada día. En la Palabra Santa, escrita en la Biblia. Si bien Jesús habla a través de parábolas, también da mensajes claros y es en ellos que debemos escuchar lo que nos dice.
Creer en las enseñanzas de Jesús es simple a través de la fe, pero nuestras tentaciones limitan nuestro entendimiento. Es así como no podemos ver a Dios que está en el silencio y en lo oculto, pero nos escondemos de su vista en el ruido y las distracciones mundanas. Por eso el desierto es el lugar ideal en el que Jesús se encuentra con el Padre y al que nosotros debemos incitarnos a ir.
Por eso te propongo unos pasos prácticos para que te preguntes qué te pide Dios:
- Ve a lo oculto; conoce tus heridas de la infancia, como abandono, agresión o abuso. Tu Padre del cielo, que lo ve todo, estará contigo.
- Busca el desierto, el silencio, distanciarte de las distracciones y anímate a hacerlo a diario en presencia del Santísimo.
- Ponte en presencia del Espíritu Santo y pídele que calme tus emociones: Alegrías, tristezas, miedos y anhelos.
- Pregúntale a Jesús, ¿Qué quieres de mi hoy?
- Haz silencio y escucha.
Este último punto es uno de los más importantes. Estamos acostumbrados a creer que la comunicación con Dios es hablar sin parar. Pero al contrario, tal y como lo haríamos con un hermano o un amigo, debemos preguntar y tener paciencia para escuchar su respuesta.
Persistencia en la pregunta y paciencia en la respuesta. No esperemos que salga el genio de la lámpara y nos hable con grandes nubes y destellos. Esa es la tentación del enemigo que nos habla desde la grandeza del mundo. Recuerda, Dios habla en el silencio, en lo oculto, en el vacío.
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