233 mártires de la guerra civil española

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Hoy, 22 de septiembre, la Iglesia recuerda al grupo de 233 mártires de la Guerra Civil española (17 de julio de 1936 – 1 de abril de 1939) que fueron beatificados por San Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001, ante miles de asistentes, entre los que estuvieron unos 25 mil españoles.

Durante la ceremonia, el Santo Padre mencionó a José Aparicio Sanz, sacerdote diocesano de Valencia, como cabeza del grupo de nuevos beatos: “Así vivieron y murieron José Aparicio Sanz y sus doscientos treinta y dos compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos. Fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo, por ser miembros activos de la Iglesia. Todos ellos, según consta en los procesos canónicos para su declaración como mártires, antes de morir perdonaron de corazón a sus verdugos” (homilía de la ceremonia de Beatificación de los Siervos de Dios José Aparicio Sanz y 232 compañeros mártires en España).

De los 233 beatos, 226 eran provenientes de la arquidiócesis de Valencia, seis de la de Barcelona y uno de la de Lérida.

No solo llama la atención el número tan grande de beatificaciones celebradas en una misma ceremonia, también conmueve la heterogeneidad o diversidad del grupo de mártires -algo que fue resaltado por el Papa-. Todos ellos estaban unidos por la fe en Jesucristo y el amor a los hermanos; muy lejos de todo compromiso ideológico pero cerca del corazón de la Iglesia. Esa diversidad incluye a hombres y mujeres con distintos estados de vida y de toda procedencia social:

“… Treinta y ocho sacerdotes de la Archidiócesis de Valencia, junto con un numeroso grupo de hombres y mujeres de la Acción Católica también de Valencia; dieciocho dominicos y dos sacerdotes de la Archidiócesis de Zaragoza; cuatro Frailes Menores Franciscanos y seis Frailes Menores Franciscanos Conventuales; trece Frailes Menores Capuchinos, con cuatro Religiosas Capuchinas y una Agustina Descalza; once Jesuitas con un joven laico; treinta y dos Salesianos y dos Hijas de María Auxiliadora; diecinueve Terciarios Capuchinos con una cooperadora laica; un sacerdote dehoniano; el Capellán de Colegio La Salle de la Bonanova, de Barcelona, con cinco Hermanos de las Escuelas Cristianas; veinticuatro Carmelitas de la Caridad; una Religiosa Servita; seis Religiosas Escolapias con dos cooperadoras laicas provenientes éstas últimas del Uruguay y primeras beatas de ese País latinoamericano; dos Hermanitas de los Ancianos Desamparados; tres Terciarias Capuchinas de Nuestra Señora de los Dolores; una Misionera Claretiana; y, en fin, el joven Francisco Castelló i Aleu, de la Acción Católica de Lleida” (homilía de la ceremonia de Beatificación de los Siervos de Dios José Aparicio Sanz y 232 compañeros).

Vale la pena resaltar -tal y como lo hizo San Juan Pablo II en su momento- algunos de los testimonios conmovedores mencionados el día de la beatificación de los 233. El primero de ellos es el de la anciana María Teresa Ferragud, quien fue arrestada a los ochenta y tres años de edad junto a sus cuatro hijas, todas religiosas contemplativas. El 25 de octubre de 1936, fiesta de Cristo Rey, Teresa pidió acompañar a sus hijas al martirio y ser ejecutada en último lugar. Ella quiso acompañar a cada una mientras entregaban la vida y así alentarlas, hasta el final, a morir por la fe. Sus propios verdugos, después de presenciar lo que esa madre había hecho, llegaron a exclamar: «Esta es una verdadera santa».

Otra historia ejemplar es la de Francisco Alacreu, “de veintidós años, químico de profesión, y miembro de la Acción Católica, que consciente de la gravedad del momento no quiso esconderse, sino ofrecer su juventud en sacrificio de amor a Dios y a los hermanos, dejándonos tres cartas, ejemplo de fortaleza, generosidad, serenidad y alegría, escritas instantes antes de morir, a sus hermanas, a su director espiritual y a quien fuera su novia”. Finalmente, está la historia del recién ordenado sacerdote Germán Gozalbo, de veintitrés años, fusilado sólo “dos meses después de haber celebrado su Primera Misa” (homilía de la ceremonia de Beatificación de los Siervos de Dios José Aparicio Sanz y 232 compañeros).

Entre los 233 también estuvo el Beato José Calasanz Marqués, quien fuera misionero salesiano en Cuba.

Indudablemente, estos Beatos dieron firme “testimonio de serenidad y esperanza cristiana”. Para nosotros, ellos constituyen causa de aliento y confirmación en la fe. Estos hombres y mujeres murieron por causa del “odio a la fe”, presente aún en nuestros días, dejando una prueba fehaciente de que el amor y el perdón son reales. A través de ellos se hace posible reconocer, al mismo tiempo, a todos esos mártires anónimos de ayer y, sin duda, también a los de hoy.

Con Información de: Aciprensa/Redacción

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