C.S.Lewis, el popular autor de Crónicas de Narnia y de Mero Cristianismo, contemplaba con asombro religioso y maravilla la Navidad cristiana, mientras le agobiaba sobremanera la Navidad consumista.
En un artículo de 1957 titulado «Lo que la Navidad significa para mí», dejó claro que «la idea de que no sólo todos los amigos sino todos los conocidos deberían darse regalos unos a otros, o al menos enviarse postales, es bastante moderna y nos la han impuesto los tenderos».
En una carta personal explicó que él no enviaba postales y que no hacía regalos, excepto a niños.
Añadía que en estas fiestas fatigosas, cuando llegaba el 25 de diciembre, las familias ya no tenían fuerza ni humor para celebrar con cordialidad sino que «parece más bien como si sufrieran una larga enfermedad en la casa». ¿Qué diría de la Navidad aún más consumista del siglo XXI, y del caso concreto de la española, que debido a la fiesta de los Reyes Magos duran socialmente una semana más que las anglosajonas?
Sin embargo, la Navidad sí le inspiraba profundamente a nivel espiritual.
Escribió al menos dos poemas sobre Navidad: «La Natividad» y «El cambio de la marea». Repetía que el nacimiento de Jesús fue «el evento central de la historia en la Tierra» y que la Encarnación, que Dios se hiciera niño, tomando la debilidad de la carne humana, era «el Gran Milagro». Y trató de expresarlo en varios de sus libros, tanto en el ciclo de cuentos de Narnia como en sus reflexiones teológicas. Lo mostramos aquí con una selección de 10 frases.
1. «Una vez en nuestro mundo, un establo tuvo algo dentro que era más grande que todo nuestro mundo»
Lo leemos en La Última Batalla, el libro final de las Crónicas de Narnia, cuando lo que parecen luchas entre facciones desembocan en un final cósmico. Cae el escenario del mundo, y se revela la grandeza de su Autor, escondido bajo lo humilde.
2. “El Hijo de Dios se hizo hombre para permitir a los hombres llegar a ser hijos de Dios»
Lo escribe así en su libro clásico de presentación de la creencia cristiana, Mero cristianismo, que nació como unas charlas radiofónicas durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad es un eco de lo que dicen los teólogos clásicos, incluso en el Catecismo de la Iglesia Católica en el párrafo 460. «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios», decía San Atanasio de Alejandría en De Incarnatione, 54. «El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres», proclamaba Santo Tomás de Aquino, como se lee en la festividad del Corpus.
3. «En la historia cristiana, Dios desciende para re-ascender. Él baja. De las alturas del Ser Absoluto, baja al tiempo y al espacio, abajo, con la humanidad”
Lo escribió en Los milagros, libro de 1947, revisado en 1960. En él criticaba los dogmas del naturalismo (la doctrina que pontifica que sólo existe lo que se rige por las leyes de la naturaleza, materia y energía). La Encarnación era para él la entrada del Autor del mundo, desde fuera del mundo, hacia dentro del mundo.
4. «El Ser Eterno, que todo lo sabe y que creó el universo entero, se hizo no sólo un hombre sino, antes, un bebé, y antes de eso, un feto dentro del cuerpo de una mujer… Si quieres reflexionar sobre ello, piensa si te gustaría convertirte en una babosa o un cangrejo».
Es otra de sus reflexiones en Mero cristianismo, libro dirigido a personas que no han pensado mucho antes en la fe. Recuerda que la Encarnación implica un abajamiento en dignidad. En otras obras como Cartas del diablo a su sobrino recuerda que podría ser que los demonios, seres de puro espíritu e intelecto, se hubieran rebelado contra Dios precisamente por desprecio a la carne y la materia, y a la idea de que Dios mismo se encarnara, o de que creara a los hombres, espíritus encarnados.
5. «Dios podría, si así lo hubiera querido, haberse encarnado en un hombre de nervios de acero, el tipo de estoico que no deja que se le escape ni un suspiro. En su gran humildad, Él escogió encarnarse en un hombre de sensibilidad delicada, que sollozó en la tumba de Lázaro y sudó sangre en Getsemaní»
Esta frase la usó en una carta de su correspondencia personal, insistiendo en la necesidad de aceptar la plena humanidad de Cristo, también con sensibilidad y sentimientos.
6. «Algunos dibujos de Papá Noel en nuestro mundo le hacen parecer sólo alegre y risueño. Pero ahora que los niños se paraban a mirarlo en la realidad, no lo veían así. Era tan grande, y tan alegre y tan real, que todos se quedaron bastante quietos. Sentían alegría, pero también solemnidad».
Así es como ven los niños Pevensie a Papá Noel en medio de sus aventuras invernales en Narnia, donde una bruja malvada ha cubierto de nieve y ventiscas la tierra. «Siempre es invierno, pero nunca Navidad», dicen, contundentes, los narnianos que sufren su tiranía. Pero con la aparición de Papá Noel, todo cambia. Como el León Áslan, como el río, como el mar, como Júpiter, hay en él algo a la vez solemne y jovial. Hay alegría en el Niño Dios, pero también reconocimiento de su realeza y poderío.
7. «Mi hermano escuchó a una mujer en el autobús decir, cuando el bus pasaba junto a una iglesia con un pesebre fuera: ‘quieren meter la religión en todo, fíjese, ahora ¡incluso en la Navidad!'»
Lewis escribió esto en una carta personal en los años 50 o 60; ¿qué habría escuchado en nuestros días? En una encuesta inglesa de 2012, nueve de cada diez encuestados sabían que María puso a Jesús en un pesebre, pero sólo uno de cada diez sabía que los Reyes Magos viajaron desde Oriente siguiendo una estrella hasta Jerusalén (en Inglaterra saben poco de los Reyes Magos).
8. «Y entonces gritó: ‘¡Feliz Navidad, larga vida al verdadero Rey!’ Y él y el reno desaparecieron de la vista antes de que nadie se diera cuenta»
Este grito de Papá Noel en el primer libro de Narnia es hoy tan subversivo como la rebelión de los niños Pevensie y los narnianos contra la tiranía de la Bruja Blanca. Celebrar la Navidad implica celebrar también la realeza del Niño. Al reconocer a nuestro verdadero Señor, podemos alzarnos y desafiar a los falsos señores y tiranuelos que nos intentan oprimir, adormecer y esclavizar.
En la película la alusión es mucho más débil: «Larga vida a Áslan, y feliz Navidad»; Áslan es el verdadero rey de Narnia. Pero la película no se atreve a decir, como Papá Noel en el libro: «larga vida al verdadero Rey»
9. «Fue hermoso en dos o tres noches seguidas en los Días Santos ver a Venus y Iove (Júpiter), brillando el uno al otro, con la Luna justo entre ellos: Majestad y Amor enlazados por la Virginidad, ¿qué podría ser más apropiado?»
Este párrafo de una carta personal refleja su interés por la simbología literaria de los planetas, que toma de la tradición medieval que él estudiaba y que usó en su Trilogía de Ransom o Trilogía del Espacio, pero también, más sutil, en Narnia, como estudió Michael Ward, antiguo clérigo anglicano, hoy católico.
En 2020 hemos visto en Navidad otra conjunción: Saturno (símbolo de destrucción y cambio) y Júpiter (símbolo de realeza) juntos como si fueran una sola gran estrella. Hay varias teorías sobre qué fue «la estrella de Belén», pero la Iglesia tiene claro que en el Niño Jesús se encuentra la Divinidad del Cielo con la fragilidad de la carne humana y terrenal.
10. «Encontramos en nuestro Libro [anglicano] de Oración que el Salmo 110 es uno de los designados para el Día de Navidad. Quizá al principio esto nos sorprenda. No hay nada en él sobre paz y buena voluntad, nada que remotamente nos sugiera al establo de Belén… La noticia no es ‘paz y buena voluntad’ sino: «cuidado, ¡ya viene!»
Lewis escribió esto en sus “Reflexiones sobre los salmos». Efectivamente, es un salmo que probablemente inquietó al cruel rey Herodes el Grande, siempre buscando conspiradores contra él («quebrantará a los reyes en el día de su ira»):
El Señor dijo a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.
El Señor enviará desde Sion la vara de tu poder;
Domina en medio de tus enemigos.
Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder,
En la hermosura de la santidad.
Desde el seno de la aurora
Tienes tú el rocío de tu juventud.
Juró el Señor y no se arrepentirá:
Tú eres sacerdote para siempre
Según el orden de Melquisedec.
El Señor está a tu diestra;
Quebrantará a los reyes en el día de su ira.
Cuando se reza con el Salmo, salen sus significados navideños. «Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder» se prefigura, paradójicamente, en los pastores que llevan sus regalos al Niño.
«La hermosura de la santidad», «el seno de la aurora», «el rocío de tu juventud», apuntan al Niño, su hermosura infantil que promete un amanecer de bien y belleza.
Como sucede a menudo en Lewis y también en Chesterton y Tolkien, lo aparentemente pequeño y débil es en realidad fuerte y transformador. Ésa es, una y otra vez, una de las enseñanzas perennes de la Navidad, una temporada que inspiró a con fuerza a los tres grandes escritores.
Pablo J. Ginés/ReL.
28 diciembre 2021